Sigue haciendo calor y las noches se me hacen largas. Voy de
las sábanas pegajosas del lecho al sofá del salón como el que busca la evasión
o la victoria, el salto espectacular, no sé si en el espacio o el tiempo, que me
devuelva el pulso y me seque el sudor. No es fácil lograrlo. El éxito de
cualquier artificio dura lo que la propia fe lo mantiene vivo; al rato, la
ficción cede a la realidad y no hay otra forma de sobrevivir que acomodarse, de
la mejor manera posible, en el estrecho callejón sin salida de la asfixia. El
lugar no es tan malo como parece.
Enciendo ordenadores, tabletas y demás artilugios contra la
pantalla de nieve de la televisión. Proyecto ahí la versión original de algunos
sueños o pesadillas que me rondan. Proyecto ahí las revisiones de algunos de
mis textos preferidos. «El día de los trífidos» de John Wyndham, adaptada por la BBC, o la búsqueda compulsiva y
cruzada de referencias, por ejemplo, entre la coreografía de La Fura dels Baus en los JJOO de
Barcelona, 1992, y la última entrega de Mad
Max. Se trata de sobrevivir al calor y al insomnio.
Sobrevivir, pues, parece la palabra y también la clave.
Repasar la actualidad y distinguir, pese a todo, entre lo fundamental y lo
accesorio. Las ofensas. Las provocaciones. Saberse en una especie de inestable
balanza donde se arremolinan la estupidez y la cordura, las rutinas simbólicas
del pasado y el abismo insondable del futuro. Sólo nos queda asumir que la
realidad empieza a agriarse y que habría que evitar que se corte. De cuajo,
vaya.
Etiquetas: Artículos, Literatura
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