Que me sigan hablando, a estas alturas tan indecisas de la
fiesta, del nivel 33 se me antoja una redundancia fuera de lugar. Otra más, tal
que si me hablaran del Área 51 en plena época de drones convertidos en espías,
la silenciosa avanzadilla de una invasión donde se mezclan las leyes de John W. Campbell e Isaac Asimov, la letra pequeña de todos los tratados internacionales y
el tortuoso debate sobre esa extrapolación llamada la inteligencia artificial.
Un gran problema, cuando lo que no sabemos es si existe la inteligencia
natural; es decir, la nuestra. Nos faltan pruebas.
Ante la confusión recurro, pues, no a mi memoria, sino a la
memoria artificial de mis archivos. Allí releo un email de Xavier Pericay felicitándose de que “el nuevo Govern haya decidido
suprimir el polémico nivel 33 después de que C´s presentase, el pasado 16 de
julio, una Proposición de Ley en el Parlament en este mismo sentido.” Sin duda,
bien hecho, queridos.
No obstante, parece que el Govern nunca acaba de hacer lo
que dice que hace. O la letra pequeña sigue haciendo de las suyas y el muro de
la realidad tiene demasiadas grietas como para apuntalarla con algunos parches.
Sólo así se entiende que Antoni Verger,
ex concejal del PSM, haya solicitado el cobro del nivel 33 al reincorporarse a
su plaza de funcionario. Se trata, créanlo, de un incorruptible defensor de su
eliminación; será por eso que exige cobrarlo. Nada mejor, contra la
incoherencia, que el castigo cruel de una ración doble en la propia cuenta
corriente. Dónde si no.
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