Por desgracia, también la democracia tiene sus efectos
colaterales. Así, la retorcida contabilidad de los pactos postelectorales nos
ha deparado en Baleares, al igual que en tantos otros sitios, la irresistible
ascensión hasta la cúspide de la pirámide institucional del poder de gentes que
atesoran, a la vez, una representatividad mínima y una preparación personal que
no va más allá de la monótona letanía de sus tres o cuatro dogmas de fe, su
breviario de ofensas y rencores, su catálogo esencial de banderías.
Por eso no debiera extrañarnos que Miquel Ensenyat, a la primera entrevista seria que le han hecho desde
que es presidente del CIM, vaya y la lie gorda, sin paliativos. Desde sus exabruptos
sobre lo carísimo que nos resulta España hasta la grotesca fábula de los
extremeños en sus gloriosos bares, todo el universo de Ensenyat se contrae,
ceñudo, en un mar enrarecido de tópicos nacionalistas e independentistas, una
trastienda de artefactos unidimensionales, planos, el áspero mensaje monolítico
de las bandas callejeras y territoriales aplicado a una colectividad que ya sólo
puede ser global o no ser. Definitivamente.
Con todo, el paisaje extremo, que no extremeño, de los
nacionalismos existe, va llenando de vallas de espinas y odio los confines de
Europa y hasta es muy posible que logren llegar a su centro, a su alma, quizá
al origen mismo de su espíritu. La noche de las tribus enloquecidas nos acecha con
sus hogueras en llamas, su fatuo populismo y su alba aplazada hasta no se sabe
cuándo. Vaya show.
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