Repaso la larga y prolija lista de lugares donde la noche
parecía ser asunto casi único de Bartolomé
Cursach y constato, con no poca indiferencia, que le debo muy pocas horas
felices a este personaje, a su imperio de autómatas sacándole brillo a las
ubres de la noche como a una infatigable lámpara de Aladino, a sus mastodónticos
entramados de ocio masivo, grosero, creo sinceramente que vulgar. Pero Cursach
ha sido el rey y me temo que tendrán que caer bastantes políticos y no pocos
hombres de paja para que deje, al fin, de serlo. Todo se andará, si se anda.
Le observo en las fotos de la prensa y compruebo que él también
ha envejecido y que su melena de ahora, entre greñas rubias y greñas canas, me
resulta tan ajena y anticuada como la música de esos templos dorados donde la
noche caía presa de las convulsiones de un rayo láser en pleno cerebro, de un
parpadeo de vértigo en plena pista de baile (y fuego rojo en la garganta y humo
blanco en los pulmones) e interminables columnas de gentes, venidas de todas
partes, se arremolinaban en busca de algún instante sagrado de placer o locura,
ese fulgor, ese éxtasis con la mente definitivamente en blanco y un hilillo de
saliva burbujeando en la comisura de los labios, ese chute tan necesario, al
parecer, para acallar la soledad y convertirla, tal vez, en otra cosa. A veces,
la suerte. A veces, la muerte.
Dije que le debía muy pocas horas felices a Cursach y es muy
cierto. No he estado nunca en BCM, por citar el memorable lugar por el que los
jueces van a tirar, si quieren hacerlo, del ovillo. Pero es que tampoco he
pisado jamás Megapark, Megarena, Paradies, Asadito, Linos, Wurstkonig, 800º
celsius STEAK HOUSE, Megasport ni Megahealth. Cojo el mapa de la isla como si
fuera el del tesoro, que supongo que lo es, y compruebo que Magaluf me ha
quedado siempre demasiado lejos y que cuando merodeaba el Arenal prefería la
música de algunos pubs escogidos que la estridente deriva de la música disco. Sobre
gustos, ya se sabe.
Con todo, sí que anduve un par de veces por Tito´s y también
por Pachá. Años 90, supongo. No estuvo nada mal, en efecto, ver amanecer en
pleno Paseo Marítimo. Pero si recuerdo esos breves viajes noctívagos es porque
en ambas discotecas palmesanas pude observar la presencia, entre una nube de
fornidos guardaespaldas, del todavía muy joven, por aquel entonces, príncipe
Felipe, en la actualidad Felipe VI, rey de España. Es curioso cómo fluyen las
palabras y bailotean los recuerdos y las noticias judiciales sobre un rey de la
noche en apuros me llevan hasta otro rey no exento, tampoco, de apuros. Que
siga el espectáculo, por favor.
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