LA TELARAÑA: Todo envejece

viernes, febrero 17

Todo envejece


La Telaraña en El Mundo.
 
 Abraracúrcix, el jefe de los irreductibles galos de Astérix y Obélix, no le teme más que a una cosa en la vida: que el cielo le caiga sobre la cabeza. Pero eso no es algo, como él bien piensa, que suela suceder todos los días. Así es, menos mal. Paseo muy a menudo por las estrechas callejuelas del casco viejo de Palma y en no pocas ocasiones he alzado la vista hacia los balcones repletos de ropa tendida o de macetas de flores con algo de temor. A Newton se le cayó encima una manzana y acabó descubriendo la ley de la gravedad. No sé qué descubriríamos nosotros si se nos cayera encima un balcón entero de piedra, una simbólica tonelada de marés convertido, finalmente, en un polvoriento montón de escombros.
 Es una lástima, pero todo envejece y se deteriora, todo pierde firmeza y empieza, poco a poco, a encorvarse y a rendir pleitesía progresiva al paso marcial del tiempo, a mostrar sus arrugas y sus grietas más íntimas con una mezcla, tal vez demasiado humana, de orgullo y resignación. Sabemos que, más pronto que tarde, todo se acabará viniendo abajo, pero, qué caramba, eso no es algo que vaya a suceder hoy. Lo sabe Abraracúrcix, también llamado "Abrazopartidix" en algunas traducciones del original francés, y lo sabemos todos: hay que luchar a brazo partido contra la erosión y las llagas del tiempo; contra esa herida incurable que se nos abre al nacer como si fuéramos hijos de algún desgarro y de alguna caída absolutamente inevitables. Puede que así sea.
 Paseo por la calle Olmos y observo que están reparando la dolorida fachada del edificio, ahora con los balcones desfondados, del Bar Espanya. Espero que el bar no esté cerrado durante demasiado tiempo. Mientras tanto, me subo hasta San Miguel y, como de costumbre, me entran ganas de entrar en el Bar Moka a retomar ese café con leche que tomé con mi editor Javier Jover el mismo día, la misma hora, el mismo instante en que nos conocimos en persona. Es así como los lugares prenden en nosotros, porque se hicieron un hueco importante en nuestra memoria. Pero en el desaparecido bar Moka sólo venden, actualmente, ropa y lencería femenina.
 Con todo, la ciudad permanece. No importa demasiado si ayer me encontré la Plaza Mayor repleta, literalmente, de mierda de caballo expuesta al sol del mediodía durante, al menos, un par larguísimo de horas. A su alrededor revoloteaba el top manta. Ignoro dónde estaban los operarios de Emaya; igual andaban apurando las 36 horas lectivas de sus cursos de catalán, por ejemplo. Convendría que aprobaran pronto sus certificados lingüísticos por si los escombros, la basura o la mierda en general necesitan, en fin, que alguien las recoja.

 

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