Pandemónium
La Telaraña en El Mundo.
Observo el puzle de la actualidad local, nacional,
internacional o global -aunque el mundo me parezca un sucio y arrugado pañuelo
que necesita que lo laven, centrifuguen y planchen- sabiendo que sus piezas
están relacionadas las unas con las otras: el viejo efecto mariposa parece que
tiene las alas más terroríficas que nunca y el puzle entero se ha convertido en
una masa viva y hasta palpitante, un magma en ebullición, un auténtico pandemónium,
ese lugar mítico que, además de venirme a la memoria por ser la capital literaria
del Infierno en El Paraíso Perdido de
John Milton, es un lugar de lugares,
un lugar ubicuo, tremendamente caótico y ruidoso, un lugar, como su propio
nombre indica, de mil demonios. O de muchos más.
La actualidad local gira, pues, al unísono enloquecido de las
otras sin que haya forma de que el universo se detenga. ¿Estará su centro en
Washington, París, Madrid o Londres? ¿Jerusalén, Moscú, Bagdad, Alejandría? ¿O
estará en Palma, en la barriada, en la calle donde vivo? ¿Estará, mejor aún, en
mi propio ombligo? Puede que no exista ese centro y que el universo siga
girando, porque no tiene otra cosa mejor que hacer y esa es la prueba
definitiva de su existencia.
Sea como fuere, el espectáculo es tan complejo y simple,
elemental e incomprensible, que dan ganas de sacudirle un guantazo a la mesa
donde el puzle reposa para ver cómo se recompone, finalmente, por sí mismo. El
universo entero gira, vuela y hasta revuela, mientras las nuevas coordenadas
sustituyen a las viejas y el baile cósmico prosigue su ruta sin inmutarse. Es
ahora cuando me invade la tentación de escribir, por ejemplo, sobre la guerra
íntima de las bacterias y los antibióticos, sobre los grafenos y tetraquarks, el
canibalismo de los gluones o las miserias inescrutables de la materia oscura. Pero
hoy no toca. Quizá otro día.
Hoy tocan las veleidades de Podemos. Desde que la
indignación general (y el dinero de no sé quién) les pariera, siempre marchan
en pequeños grupos, como si desfilaran. La cámara les enfoca y ellos se ponen
en movimiento como si fueran a algún sitio (igual que Puigdemont a Bruselas) o la larga marcha hacia el poder tuviera que
ver con el rodaje de una escena de cine y Alberto
Jarabo le diera a la claqueta según el guión supremo, por supuesto, de Pablo Iglesias. Pero la estrella de la
peli ha sido Xelo Huertas: ella sola
ha ocupado toda la pantalla y ella entera se ha ido fundiendo al negro, porque
no tenía con quien desfilar por los pasillos del poder: Montse Seijas no era suficiente compañía y los extras del PP nunca
debieron apuntarse a esta horrible película, este deleznable vodevil, esta
astracanada del Parlament descabezado.
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