La violencia y los sueños
De entre las muchas noticias acaecidas estos últimos días, la que más me ha llamado la atención ha sido la agresión sufrida por un militar del I Cuartel General de la Comandancia de Baleares vestido de uniforme en el paseo del Borne. Desconozco, por supuesto, los detalles de lo acontecido; es decir, no sé nada sobre los auténticos motivos del rifirrafe ni sobre la previsible vileza de los dos atacantes, más allá de lo que han relatado los medios locales, que no ha sido demasiado. Pero eso, quizás, es lo de menos.
No me interesa la épica, ese relato o ficción más o menos
histórica o absurda, cuando es la ética la que anda desnutrida y apaleada, vejada,
hecha unos zorros. No me interesan, tampoco, la verdad o la mentira absolutas, cuando
se palpa tanta violencia y cinismo en el ambiente que ya no hay forma de
distinguir entre culpables e inocentes, porque igual ya no los hay ni en un
lado ni en el otro; y el tiempo presente, la mentira grosera en que vivimos, se
ha dejado impregnar por el odio, el rencor y las insuficiencias de ese tiempo
pretérito del que no logramos desprendernos. El pasado invade nuestra actualidad
con su pestilente retórica de vencedores y vencidos, su dialéctica de trincheras
y su alma de fosa común en la que el futuro cae de bruces y desaparece,
engullido. Como el quiosco o el cine que existieron en el paseo del Borne, por
ejemplo.
El Borne es un lugar de cierto peso en mi vida. Allí tropecé,
por sorpresa, con Camilo José Cela y
anduve lento de reflejos, porque no se me ocurrió nada que decirle; allí compré
mis primeros paquetes de rubio americano; allí paseaban, mis padres, cuando
eran novios y yo sólo era uno cualquiera de sus múltiples sueños; allí, precisamente
en el cine Borne, hice mis primeros novillos de escolar -y casi que los únicos,
porque llamaron del colegio a casa y ardió Troya- yendo a ver «Klute», la
película protagonizada por una deslumbrante Jane Fonda: yo era un niño y andaba deslumbrado.
Ya no soy tan joven, pero sigo deslumbrado. Con Jane, por
supuesto, pero no sólo con ella. Miro alrededor y respiro tras cada parpadeo. Estamos
convirtiendo la existencia en una especie de confrontación constante entre unos
y otros, en un enfrentamiento ubicuo que amenaza con que la violencia traspase
la barrera virtual de las redes sociales y aterrice peligrosamente en las
calles, en el día a día de la gente de carne y hueso, en el mismísimo paseo del
Borne en que fui feliz, tal vez, porque alguien tuvo allí un sueño y la infinita
suerte, además, de poder trabajar y prosperar lo suficiente como para
realizarlo. No parece que nuestros herederos vayan a poder hacer lo mismo.
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