El logotipo de la UIB
La Telaraña en El Mundo.
Si los anzuelos sirven para aflorar a la superficie la
riqueza marina y la Universidad sirve, como vino a decir en la gala del Teatro
Principal, Joana Maria Seguí,
vicerrectora de Proyección Cultural de la UIB, para sacar a la superficie las
riquezas de la cultura será, pues, que hay algo así como un enorme submundo ahí
abajo, exactamente bajo las alcantarillas y las mesas verdes de los tahúres, al
abrigo, tal vez, del magma terrestre, un cúmulo enrevesadísimo de sentimientos
y sensaciones humanas (o demasiado humanas) sumergidas bajo las aguas densas de
un lago oscuro como un pozo sin fondo, como un agujero negro, como un viaje a
través de las catacumbas de una noche de insomnio, como un salto doblemente mortal
sobre el mismísimo vacío, desde la mediocridad oficial de las cosas hasta donde
parece anidar lo mejor del genio o del ingenio humanos.
Me refiero, por supuesto, al artificio alquímico del arte y a
los pactos más o menos fugaces del conocimiento, al artificio de la verdad enmarcada
y refulgente contra la absoluta ceguera general, al artificio metafórico del
mundo abriéndose como un bulbo lujurioso (o como un pene milagrosamente erecto
sobre las ascuas de la incredulidad, de la cultura, de la fe o de la nada: de
la indiferencia) bailando sin llegar a bailar en plena noche de duelo y
efervescencia, todo a la vez, de los sentidos; y ahí están el Rector Magnífico,
Llorenç Huguet, y sus cuadros de
esforzados y casi anónimos profesores, sus llamativas guardias pretorianas de
filólogos y propagandistas, sus espeleólogos, en fin, de red y arrastre, sus
devoradores de conchas de colores y nácar. Y todo por culpa, quizá, del
logotipo de Miquel Barceló.
He estado observando un rato largo el anzuelo (sin firmar,
que el mercado tiene sus propias y exquisitas leyes) que ha regalado Barceló a
la UIB por sus cuarenta años de existencia y la verdad es que me gusta. Mucho, muchísimo.
Es cierto que no sé si el anzuelo de marras sirve para pescar calamares o almas
en pena, cultura en declive o cultura que aún no ha nacido, pero esa menudencia
no le importa a casi nadie, porque el logotipo -su relato, su guión, lo que se
quiera ver en él: su irrelevancia- se sostiene por sí mismo (o por la fama de
su autor) y es capaz de levantar tanto la admiración de unos como el sarcasmo
de otros. Pero eso es lo que se espera de Barceló a estas alturas de la fiesta:
que no decaiga, que siga a rastras con su universo personal a cuestas, sus
tribus nómadas y sus cavernas rupestres, sus catedrales religiosas y también
políticas, las manos y el mono blanco llenos de pintura, la voz muy baja, la
mirada encendida y pícara, la sonrisa y el ojo abiertos como quien hace una
imaginaria y sueña, en fin, con que está despierto y de guardia. Menudos
ronquidos.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home