La libertad y la expresión
La Telaraña en El Mundo.
De repente, a la libertad de expresión le salen forúnculos o
se le agrieta la faz, le salen llagas absurdas y, en vez de sangre fresca, roja
y cálida, parece que alguna sustancia corrosiva va esparciendo la decrepitud
allá donde la ponemos a prueba; y es, entonces, cuando me quedo mirando la
pared en blanco de la Galería Helga de Alvear, en ARCO, donde hace un rato
colgaban los retratos pixelados de Santiago
Sierra, esos sus discutibles presos políticos a modo de proclama y
advertencia, provocación o tortura, y ahora no cuelga absolutamente nada, salvo
el revuelo por su ausencia, la insoportable levedad de la censura: mejor quitar
esto de aquí no vaya alguien a tomárselo en serio. La verdad es que no era para
tanto.
¿Presos políticos en vez de políticos presos? ¿Por qué
íbamos a tomarnos en serio el equívoco, el juego, la reivindicación fuera de
contexto? Sabemos desde siempre que el arte conceptual es el refugio de los más
inteligentes (o listos, según se mire), pero también de los más ineptos, de los
que carecen de las habilidades técnicas o artísticas necesarias para ofrecer al
mundo otra cosa que un panfleto, no importa si de papel o barro, de fotografía
o pintura, al que aplaudir o rendir pleitesía es tan sólo una cuestión de mera afinidad
ideológica. Muy poca cosa, poquísima.
En efecto, no debería el artista (cualquier artista) preocuparse
por si los demás están de acuerdo o no con sus ideas, sus desbarres, sus
proposiciones honestas o deshonestas, su manera más o menos personal de plasmar
algún aspecto de la escurridiza condición humana; pero así es el conceptualismo
en nuestros días, en estos días sin ideas donde el maniqueísmo esparce sus
dones por las redes sociales: y en ese albañal de todos no se nos incita a otra
cosa que a danzar y escupir sobre las tumbas de los que no opinan como
nosotros. Es obvio que así no vamos a ninguna parte. ¿Pero quién quiere, en
realidad, ir a alguna parte?
El rapero Valtonyc,
otro que tal en las decrépitas listas de la libertad de expresión, tendrá que
pasar, al parecer, cierto tiempo entre las rejas de una cárcel que no entiende,
en absoluto, de ripios amenazantes y metáforas sin pulir. La verdad es que
nadie debería entender los ripios y las metáforas mal armadas ni aguantar,
tampoco, el horror destemplado de un ritmo diseñado para crispar los nervios de
cualquiera. Pero las cosas no son así. Al parecer hay gentes que aprecian esos
ripios y metáforas sin armar, gentes que bailan y escupen sobre las tumbas de los
que no opinan como ellos, mientras Valtonyc conjura sus amenazas y yo me encojo
de hombros, porque la cárcel es un lugar estrictamente jurídico y el buen gusto
y la bonhomía son algo personal e intransferible. Como la libertad de
expresión, por cierto.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home