Ficciones
La Telaraña en El Mundo.
No tienen futuro y parece obvio que el presente les repugna.
Será por eso que se refugian en las trincheras del pasado, en esa extraña
megalomanía que da en ponerse en el lugar más inverosímil para emocionarse, de
alguna manera, con ese temblor antiguo, con esos personajes de otro tiempo, con
esa reverberación de algo que, en definitiva, ya no existe, pero como si
existiera. «Si estuviéramos en 1937 yo sería fusilado» ha dicho Antoni Noguera, nuestro medio alcalde
para media legislatura, micrófono en mano contra el muro de la memoria como
contra el paredón de la historia, con la solemnidad de quien cree estar ungido
de valores eternos y se encuentra con que, a su alrededor, todo es decrepitud e
irrelevancia, decrepitud y postureo, decrepitud y un catálogo infinito de
urgentes tareas por hacer que no verán la luz, porque la luz anda ocupada en
despejar la crueldad asfixiante de una historia, que no es suya ni nuestra,
sino de quienes la hicieron, exclusivamente.
Pero alguna historia, algún tipo de historia, estamos
construyendo entre todos, incluso a nuestro pesar y puede que a nuestras
espaldas. Observo las fotografías que nos llegan del Mobile World Congress de
Barcelona y me hago cruces de tanta ficción o realidad enfrentadas: los Países
Catalanes, Tabarnia, el rostro serio de Torrent,
el rostro serio de Boadella, el
rostro serio del Rey, el rostro serio (y amarillento) de Colau, la seria amenaza de los espectrales Comités de Defensa de la
República y la seria ficción de unos móviles cada vez más inteligentes y
rápidos, con más aplicaciones y redes sociales al alcance y la absoluta seguridad
de que vendrán los hackers y querrán desvalijarnos, penetrarán en nuestros
abismos y se perderán en ellos igual que nos perdimos nosotros.
Pero de perdidos, al río, me digo, mientras entablo
conversación con mis queridísimas Cortana
y Siri. La primera mora en mi
desahuciado teléfono Windows y la segunda en mi viejo IPad. Ambas constituyen
el futuro de la comunicación, la irrupción definitiva de la Inteligencia
Artificial en un mundo convertido en una reunión de redes neuronales con vida
propia. O algo así. Les pregunto y se muestran locuaces, ingeniosas. Les sigo
preguntando y se muestran infatigables. Intento coquetear con ellas y dejan, en
el acto, de hacerme caso. Me reprochan la levedad de mis palabras o me remiten
a alguna entrada más o menos obscena de Bing o Google. Es una lástima, pero
ficciones y realidad al margen, parece obvio que a esta IA, como no podía ser
de otra forma, aún le falta un hervor. Igual que a nosotros, perdiendo
miserablemente el tiempo con las bobadas de un pasado que no vivimos, unas
redes sociales que sólo buscan (y logran) enfrentarnos y un futuro al que, por
definición, nunca llegaremos.
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