Un gobierno de diseño
La Telaraña en El Mundo.
Si yo fuera feminista estaría muy feliz con el gobierno de
diseño de Pedro Sánchez, repleto de
mujeres y también de talento. Si yo fuera activista de género e igualdad estaría
también muy feliz con el gobierno de diseño de Pedro Sánchez, con su civilizada
cuota de gais y también de talento. Si fuera, en definitiva, socialdemócrata,
estaría francamente ilusionado con un gobierno que tiene la virtud de parecerse,
como una gota de agua a otra gota de agua, a la sociedad misma que pretende
gobernar: esta vez no va a hacer falta que pose nadie en Vogue, como sí
hicieron en su día las ministras de Rodríguez
Zapatero, porque la sensación es que tanto ellas como ellos llevan posando
en los mejores escaparates del poder, tertulias televisivas incluidas, desde
hace años, lustros, quizá décadas.
Pero es obvio que yo estoy muy satisfecho con el gobierno de
Pedro Sánchez porque no es nada fácil sacar un gobierno así de la nada telúrica
más absoluta y vacía y presentarlo, luego, en público y conseguir que caiga
estupendamente bien a todo el mundo. Otra cosa será lo que vaya o no a
gobernar, pero qué importa realmente eso, si el mejor gobierno posible es el
que apenas gobierna, el que no se inmiscuye en las cosas de la gente, al menos
en las cosas de la gente buena, de la gente que no hace daño a nadie, que sólo
mira por su familia, por su trabajo, por sus hijos, por ese ir haciendo camino
al andar que es la vida, por definición o por experiencia, hasta que llegas al
mar inmenso, azul y rizado y plúmbeo y aunque el agua te parezca, al principio,
muy fría, luego resulta que no es así, que está cálida y tú te estás muriendo
lentamente hasta que ya te has muerto.
Con todo, el ministerio que más tiene ver conmigo es el de Cultura
y Deporte. A ver cómo lo explico sin tener que ocuparme de las frivolidades
adolescentes de Màxim Huerta. La
cultura me interesa, porque todo cuanto hacemos o dejamos de hacer es, en el
fondo y en la forma, una manifestación cultural, una manera propia, pero
también social, de proyectar nuestra visión de la realidad, nuestro compromiso más
o menos consciente con el tiempo y la historia que nos ha tocado vivir. Eso es
tan cierto como que cada día que pasa creo menos en la Cultura (así, en
mayúscula) e intuyo que, pese a la picazón de la curiosidad que nunca me
abandona, acabaré descreyendo de ella por completo. Respecto al Deporte (así,
en mayúscula) sólo les diré que practico el más noble y menos competitivo de
todos ellos, el de pasear a diario por las calles de Palma sabiendo que cada
vez que doblo una esquina la ciudad cambia de fisonomía y, en ocasiones, hasta
se vuelve fiera: abre, entonces, sus fauces y me engulle y yo sé que no hay
mejor lugar para viajar que el vientre de esa ballena inmensa que es la
oscuridad.
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