la celebración
La Telaraña en El Mundo.
Cuando esta columna vea la luz, estaré –si todo ha salido según lo previsto: el tiempo de la lectura y el de la escritura, como la realidad y el deseo, casi nunca coinciden- en Berlín, explorando las ruinas de una memoria histórica que no finaliza allí, sino que se expande –a través de la Puerta de Brandeburgo- desde el remoto Atlántico hasta los desiertos cercanos al Mar Muerto; estaré palpando las últimas piedras del muro -y arrancando alguna, si aún merece la pena, cosa que dudo- ; estaré columpiándome entre las nuevas sensaciones y las viejas noticias que me llevo conmigo aunque sean una carga pesada y, sobre todo, estúpida.
A los vampiros les aterran los crucifijos. No es un problema ideológico sino de su naturaleza. Al Prior de la Real, sin embargo, le sucede lo mismo con los cantos rocieros y las misas en castellano. Su fe debe de ser, pues, pura bifurcación, sangrante escisión entre la antropofagia nacionalista y los viejos postulados de solidaridad universal, de congregación y caridad, de comprensión y humildad que se le suponen –o suponían- al cristianismo. Yo ya no pondría la mano en el fuego por nadie, porque ese fuego requiere una cruz que ya no existe y hasta una madera que, quizá, ya no sea de este mundo. Las horas bajan lentas, como agua de plomo, y si hay algo que ha tocado fondo y se ha convertido en lodo, en material de arrastre y en desperdicio, es la inteligencia, la costumbre de la tolerancia, la droga de la curiosidad y el asombro renovados.
La prueba podemos encontrarla en Antich y Montilla –juntos y abrigados- a la vera de Jaume I El Conquistador, ofreciéndole preces y un futuro brillante de lenguas sinfónicas, de eurorregiones triunfales, de avances al borde de la ciencia ficción. Quizá todo ello sólo sea su manera de celebrar la Constitución, de multiplicar el milagro de los panes y peces autonómicos, la torre de Babel de las administraciones yuxtapuestas. No diré más, porque yo estoy en Berlín celebrando lo mismo, aunque sea de otra manera.
Cuando esta columna vea la luz, estaré –si todo ha salido según lo previsto: el tiempo de la lectura y el de la escritura, como la realidad y el deseo, casi nunca coinciden- en Berlín, explorando las ruinas de una memoria histórica que no finaliza allí, sino que se expande –a través de la Puerta de Brandeburgo- desde el remoto Atlántico hasta los desiertos cercanos al Mar Muerto; estaré palpando las últimas piedras del muro -y arrancando alguna, si aún merece la pena, cosa que dudo- ; estaré columpiándome entre las nuevas sensaciones y las viejas noticias que me llevo conmigo aunque sean una carga pesada y, sobre todo, estúpida.
A los vampiros les aterran los crucifijos. No es un problema ideológico sino de su naturaleza. Al Prior de la Real, sin embargo, le sucede lo mismo con los cantos rocieros y las misas en castellano. Su fe debe de ser, pues, pura bifurcación, sangrante escisión entre la antropofagia nacionalista y los viejos postulados de solidaridad universal, de congregación y caridad, de comprensión y humildad que se le suponen –o suponían- al cristianismo. Yo ya no pondría la mano en el fuego por nadie, porque ese fuego requiere una cruz que ya no existe y hasta una madera que, quizá, ya no sea de este mundo. Las horas bajan lentas, como agua de plomo, y si hay algo que ha tocado fondo y se ha convertido en lodo, en material de arrastre y en desperdicio, es la inteligencia, la costumbre de la tolerancia, la droga de la curiosidad y el asombro renovados.
La prueba podemos encontrarla en Antich y Montilla –juntos y abrigados- a la vera de Jaume I El Conquistador, ofreciéndole preces y un futuro brillante de lenguas sinfónicas, de eurorregiones triunfales, de avances al borde de la ciencia ficción. Quizá todo ello sólo sea su manera de celebrar la Constitución, de multiplicar el milagro de los panes y peces autonómicos, la torre de Babel de las administraciones yuxtapuestas. No diré más, porque yo estoy en Berlín celebrando lo mismo, aunque sea de otra manera.
Etiquetas: Artículos
1 Comments:
Estamos todos locos. Bueno, cada uno en su estilo. Aunque no sé, no sé... Una vez estábamos cenando en Madrid en un restaurante y de pronto apagaron las luces y se puso todo el personal en fila a cantar no sé qué cosas de la Virgen del Rocío. El amigo que invitaba al terminar les pidió la hoja de reclamaciones por habernos interrumpido la cena con cantos regionales, cosa que no estaba avisada de antemano en lugar visible. Fue muy gracioso
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