LA TELARAÑA: Crónica de Pascua

lunes, abril 5

Crónica de Pascua

La Telaraña en El Mundo.



A veces desconecto de todo. Me dejo llevar, entonces, por otra suerte de noticias, las de un tiempo que llamo interior (es sólo un por decir, porque que no sé si está adentro o afuera: de qué, de quién), con su ritmo anómalo y secreto (sólo sé que me remolca, igual que a un náufrago, por entre sus jarcias de luz y niebla, su tul de cristal y naipes, su jadeo de azar y azogue) como si alguna forma de autismo me permitiera abrir estos paréntesis de ausencia y eternizarme en ellos para cerrarlos, luego, sin recordar el mecanismo de sus goznes ni el prodigio -o el error, ese chirrido metafísico- que los hace posibles. El caso es que los sé necesarios. Imprescindibles.

La Pascua no es mala época para este tipo de viajes sin destino, donde Dios -como en la Mezquita de Córdoba- es sólo un pretexto, un souvenir. El Jueves Santo, el gentío salió en procesión hacia ninguna parte. Tras él quedó la arena dispersa, la sangre y quizá el fervor. Quedó, también, mi mirada atónita. Un par de fotografías que no hice y el llanto de una música lejana que aún me ronda.

Luego, el rumor de la noche -qué largas son las horas del insomnio- fue el de un camión de la basura y el de las mangueras del agua, su furia, ciega y terne, como el péndulo de las mareas. El implacable volver a empezar -despuntaba el día- como si nada hubiera sucedido. Me gustan esos instantes que ocurren y pasan y no, nunca se olvidan.

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