Los hay que
esperan encontrar grandes verdades y enormes revelaciones en las redes
sociales, en los murales vidriosos de Facebook o en los corrillos a latigazos
de Twitter. Y puede que así suceda, y que hasta crean haberse encontrado a sí
mismos por entre las emanaciones de la asfixia. Pero ese espejismo dura poco,
pese a ser terriblemente humano y lógico, además, en una civilización que se
mira en los espejos como Narciso en
las aguas donde habría de acabar naufragando.
Miramos y nos
vemos, igual que deseamos que los otros nos vean; a nosotros como a sí mismos.
Pero esta hipotética sucesión de hallazgos no consigue librarnos del espantoso
tedio y de la impostura civilizada -muy civilizada- que reina en ambos lugares.
La Nube carece de materia y no tiene más espíritu que el de los virus y
troyanos informáticos, las sofisticadas mutaciones de la guerra cibernética. Y
en sus garras estamos sin más consuelo que saber que la mejor teoría de la
conspiración es la que no existe.
Pero las redes
sociales son un excelente pretexto para los estudios sociológicos. Días atrás
colgué la fotografía de un gran culo femenino y, al rato, hice lo mismo con un
poema, que un amigo, cómplice de la trama, calificó de enorme. Aquí los
adjetivos no son -en absoluto- intercambiables. Ya les contaré qué tuvo más
éxito, si el culo o el poema.
Etiquetas: Artículos
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