Vino a decir Montoro que "España no ha sido
rescatada, porque no lo necesita", para liarse, luego, en un surreal duelo
con Soraya Rodríguez. Alrededor, las
tribunas del Congreso desfallecían; los jefes lidiaban en otras plazas y los
subalternos se deshacían en sombras, confirmando, a su pesar, que sólo les
faltó el abanico del tiempo para que Mallarmé
les glosara; igual en las Cortes de todos que en las nuestras, más humildes,
pero con actores tan enormes como Antoni
Pastor, la odisea del escaño, el fulgor del voto ético.
Visioné, después,
el video del atentado -un homenaje, se dijo- a un cuadro de Picasso y leí unas frases de Michel Mayor sobre galaxias lejanas.
Apasiona dejarse llevar por conceptos que nos superan. ¿Hay vida, pues, ahí
fuera? ¿La hay aquí dentro?
No sé muy bien
qué es la vida, ni apostaría por que la inteligencia le sea necesaria. Igual es
sólo un adorno. O un epíteto más. Volví al Congreso mientras unos activistas,
al grito de «Sahara Libre», eran expulsados del hemiciclo. Pensé en la vida. En
la inteligencia. Me dormí al ver a Pilar
Bardem liderando la trifulca y me despertaron los tambores y salmos de unas
mil personas en procesión contra los recortes. Creo que me da igual si hay
vida, inteligente o no, en parte alguna.
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