LA TELARAÑA: La narcolepsia general

sábado, junio 16

La narcolepsia general

La respuesta al debate de los sábados en El Mundo: ¿Cree que Antoni Pastor debería entregar su escaño como diputado en el Parlament?

No. A veces hay que pervertir los cauces trillados de la lógica, para no dejarse llevar por el engaño de los sofismas y por el efectista juego de billar de los silogismos, para escapar -en la incierta medida de lo posible- de la perezosa inercia del pensamiento adormecido. Tanta somnolencia -esa narcolepsia nuestra de cada día- es letal y frívola y, quizá, hasta inconsciente, pero es por ella que así va, en definitiva, el mundo, o que así no va, y que pensar correctamente no es fácil, porque demasiados tópicos nos enredan y muchos prejuicios nos mutilan y el exceso de hojarasca nos encierra en bosques que nunca debiéramos haber visitado. Ni como pirómanos confesos.
Lo primero es echar un vistazo a nuestra precaria democracia y constatar que los partidos políticos -además de los sindicatos y de otras muchas otras organizaciones, las financieras y las metalingüísticas, por ejemplo- no hacen sino socavar el alegre espíritu democrático en el que ya no vivimos. No hay democracia donde sólo hay uso y abuso del dinero público y de las subvenciones, ni donde las listas electorales son bloques marmóreos y cerrados, votos adjudicados a unas siglas que luego se convierten, siempre, en campos de concentración de voluntades cautivas, en empresas de colocación, en nauseabundas pirámides de un poder que cada vez se aleja más de las bases -esos cimientos náufragos- y se aloja en las cúspides. ¡Cómo ciega ese destello de un amanecer que no llega nunca!
Se entenderá, pues, que, aunque el cuerpo me pida defenestrar, con urgencia, a Antoni Pastor al infierno de los tránsfugas, no lo haga y que lo deje flotar ahí, en el limbo de los inadaptados, sin exigirle más que sea fiel a sus principios. Si los tiene y si no es el despecho lo que le mueve a buscar allende el Partido Popular los cargos y prebendas que cree merecer. Pero no soy quién para juzgar sus intenciones más secretas. Por eso lo absuelvo. Y me sonrío, después, claro.

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