El pezón de los años
La Telaraña en El Mundo.
El saldo de las
cosas debiera ser la resultante anímica de alguna operación contable. Eso
piensas, pero no. Algo se te descuadra cuando sumas al rescate o al préstamo
-que eso ya se verá- de España, la sucesión vertiginosa de acontecimientos
posteriores.
El partido contra
Italia, ese duelo sin más riesgo que una prima común y casi hermana. El séptimo
desembarco de Rafael Nadal en las
arenas, no de Normandía, sino de Roland Garros, París, Francia. La agónica
carrera del Ferrari de Fernando Alonso
en la artificial Isla de Notre-Dame, que no está junto al Sena, sino en Canadá.
Valiente sesión continua de éxitos o fracasos.
O de nada de eso.
Porque la cosa va de balances. Y sucedió, en algún instante que ahora no ubico,
que apareció Madonna mostrando el
pezón derecho en pleno concierto, en Turquía, y ahí todo cobró un nuevo
sentido. En ese pezón me miré un rato. En ese pezón me flagelé, sin devoción,
un rato largo. En ese pezón vi pasar cincuenta y tantos años y me dije que la
gloriosa decadencia de una ubre arrugada es como el estertor de una
civilización exhausta. Nos quedan sus ruinas y en ellas estamos. No me lamento,
claro, porque no hay balance más noble que el estupor por la belleza perdida y,
ahora sí, inalcanzable.
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