Que el dinero sea
un tema menor, que se arregla con dinero o trabajos sociales, según Munar, nos arranca una lacónica
sonrisa. ¿Será por dinero?, vino a decirnos, incapaz de aceptarse entre los
reos de las cárceles. Ese es el efecto colateral de una soberbia de lustros en
la cumbre social de los espejismos. En el trono de la corrupción.
Pero, talegos
aparte, cuánto trabajo social saldaría los presuntos millones de euros
perdidos. ¿Trabajos forzados de por vida, con traje de lista y grilletes? Pues
ni idea, porque aquí el trabajo nunca fue muy bien visto. Quizá por eso me llegan
manifiestos -firmados, ahora, por funcionarios- donde lo mejor es el bramido
final: «Somos la inmensa mayoría. Somos el pueblo. Tenemos razón. No vamos a
dejaros pasar». Es la firma de la «Marea Destituyente» (sic), un neologismo que
no sé si aboga por la deconstrucción de Derrida
o por el hedor ideológico de las trincheras.
En Palma, eso sí,
sabemos mucho de construir a medias y quedarnos como para vestir santos. Vean
la fachada marítima. Un edificio que no debiera estar ahí, ahí sigue, con sus
cristales al sol. Y otro, que tampoco, exhibe sus inacabadas entrañas como si
la vida fuera eso. Mostrar las ruinas de lo que no se tiene. Ni se sostiene.
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