LA TELARAÑA: Mística de la reclusión

sábado, julio 21

Mística de la reclusión


La respuesta al debate de los sábados en El Mundo: ¿Cree que Munar debería entrar ya en prisión tras la sentencia que la condena?

 Sí. Pero no es eso lo que me dicen mis abogados. Resulta que la entrada o no en la cárcel de Maria Antònia Munar depende de la petición del Fiscal y no, al menos por ahora, de ninguna decisión del Juez; que la sentencia podría cambiar de signo en el Tribunal Supremo (aunque en el mundillo judicial se piensa que no será así, por lo bien fundada que parece estar la sentencia) y que, en definitiva, al igual que está sucediendo con Matas, lo normal es que no tenga que trasladarse a prisión, con todo su ajuar de bisutería barroca y espiritual, hasta que los juicios que la esperan, impasibles, vayan tocando a su fin. O sea, poco a poco y a su tiempo, como si en un largo y planificado vía crucis sin otro destino final, eso se da por seguro, que las argollas metafóricas de una habitación blanca sin más luz que la de una negrísima araña de neón y unos frustrantes barrotes de hierro. Hasta aquí la letra fría y algo aséptica de la ley.
 Pero no hay que engañarse. O no, al menos, más allá de lo necesario. Si no estuviéramos hablando de Munar, sino de un delincuente cualquiera, éste ya estaría instalado en la cárcel. Ya no podría ir y venir luciendo, como ahora, su orgullo o  tristeza, su soledad o soberbia, de aquí para allá. Ya no podría seguir quejándose de juicios políticos o mediáticos. Ya sólo podría quedarse a solas con el eco lejano de sus días de gloria, de dinero a espuertas, de política convertida en mercadeo. De autonomía usurpada durante más de quince años.
 Toca, pues, escarmiento público y también, quizá, un golpe de ejemplaridad. O un algo de piedad matemática, porque cuanto antes empiece a cumplir su condena, antes saldrá de cuentas pendientes y, de paso, mientras tanto, podrá aplicarse en el rigor místico de la reclusión interior, la buena conducta penitenciaria y hasta trabajar, en fin, en algo. Aunque igual va y nos escribe un libro con sus memorias y no. Qué horror.

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