La difícil normalidad
La Telaraña en El Mundo.
Hay leyes que,
además de superfluas, son molestas e inicuas, ridículas, destempladas y hasta,
quizá, saturninas. Leyes peculiares que exaltan ciertas formas perversas de
enfrentarse a la vida y que, en vez de acentuar lo que nos une, resaltan lo que
nos separa. Leyes trufadas de arquetipos y sofismas, que convierten la
convivencia en el roto de una caricatura reglada en la que se nos obliga a
representar el penoso papel de una cobaya. Una de ellas sigue siendo la Ley de
Normalización Lingüística.
Y lo sigue
siendo, porque Bauzá, en vez de
derogarla del todo, se ha limitado a reformar algún aspecto de la Ley de la Función
Pública. Ya nos vale, pensarán unos. Ya no nos hará falta la cédula de pureza
lingüística para trabajar en la administración, pensarán otros. Y es que nos
conformamos con tan poco que, quizá por eso, tenemos lo que nos merecemos. Una
media verdad o mentira. Una libertad a medias.
Nunca intenté ser funcionario. Banquero, sí, pero creo que me atasqué en algún test psicotécnico o perdí el oremus con algunas faldas que me rondaban. Pelillos a la mar o al desierto de los días. No sé si este país es normal o no. Pero sólo se dejan normalizar los que no se sienten normales. Igual los políticos saben por qué.
Nunca intenté ser funcionario. Banquero, sí, pero creo que me atasqué en algún test psicotécnico o perdí el oremus con algunas faldas que me rondaban. Pelillos a la mar o al desierto de los días. No sé si este país es normal o no. Pero sólo se dejan normalizar los que no se sienten normales. Igual los políticos saben por qué.
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