A un amigo en
Internet -ese lugar donde la amistad tanto necesita del sentido del humor- le
dije, hace poco, que la escatología y la economía son cosas absolutamente
distintas -o casi, pensé luego-, cuando me planteaba, muy convencido, que ante
la situación actual de recortes e impuestos devastadores (sic) sólo se podía
optar entre una auténtica revolución popular o la compra urgente de gran
cantidad de vaselina y rodilleras.
Entiendo más
-mucho más- lo que quiso decirme con la elocuente metáfora de los utensilios de
la sumisión, que con el pleonasmo aterido de la revolución social, porque en
ese aire de trincheras y locura colectiva apenas sí puede caber el pensamiento.
Y donde no caben las ideas, seguro que tampoco cabe otro lenguaje que el de la
muerte, el absolutismo sectario y el secuestro de la libertad de cada uno y,
así, de todos.
Pero comprendo la
crispación general. Y la hago mía, al menos, en los casos extremos y más
crueles. Por empatía. Inercia. O por hastío. Otra cosa es que ya no crea en
solución alguna. Y que hasta piense -no sin sonrojarme- que el Gobierno de Rajoy (como el de Bauzá en estas islas) hace lo que hace, porque no tiene otro
remedio. Ahí radica la cuestión. En alguna parte y en algún momento perdimos la
libertad sin darnos ni cuenta. ¿Dónde, cuándo y cómo la recuperaremos?
Etiquetas: Artículos
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