Pasa en el
pequeño y en el gran comercio. Pasa cuando las rebajas y siempre. O eso creo.
Anduve, semanas atrás, buscando la talla 45 de unas sandalias de una conocida
firma española que, hasta hace poco, tuvo tienda en la calle Unió de Palma,
pero que ya no la tiene. Ignoro las causas, aunque es fácil imaginarlas. Pero a
lo que iba. Tras recorrer -sin éxito- todas las zapaterías que fui capaz de
encontrar tuve que recurrir a Internet. En menos de 24 horas tenía los zapatos
en casa; y por el mismo precio que en los escaparates atestados de carteles luminosos
y descuentos infinitos.
Vivir para ver,
pues, cómo cambian los tiempos y cómo, quizá por obligación, acabaremos
comprándolo casi todo desde la cómoda soledad del hogar, el ordenador
ronroneando y la luz ingrávida de los monitores dibujando esporádicos fosfenos
en nuestras retinas.
Realidad y
ficción son, desde siempre, la misma cosa. A uno ya empiezan a morírsele los
amigos -aunque pocos, por fortuna- y de ellos sólo nos queda, a veces, su muro
en Facebook. Visité el del librero y vecino Leonardo Sainz. En su muro no hay flores, pero sí frases de
despedida y cariño. Palabras como flores. No es un mal regalo para quien amó
los libros y también, de seguro, las flores.
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