Igual vamos en
procesión hacia el abismo y hasta es posible que se cumplan, mediado diciembre
de este inhóspito 2012, los agüeros del calendario maya y acabe sucediendo eso,
tan bíblico e impreciso, que llaman el fin del mundo. Pero no sé a qué mundo se
refieren. Y es posible, también, que la legión intermitente y obsesiva de
profetas del Armagedón acaben celebrando, no la abolición de la humanidad sobre
la tierra -que eso no podrían, en ningún caso, celebrarlo-, sino el cambio
radical de nuestra actual forma de vida y no sé si de la suya.
Todo cambia y más
cuando parece que se derrumba. Todo tiembla cuando el magma o el fuego interior
de un sistema vivo se resquebraja y el humo y las cenizas nos invaden y los
ojos acaban sólo por ver lo que les conviene -o lo que sueñan- y la palabra
empieza a perder su sentido original de revelación. O Apocalipsis.
Puede que una
única vida no dé para enormes cambios bruscos de dirección y hábitos,
intereses, prioridades, pero sí que da, pese a todo, para bastantes virajes y
saltos en el vacío, aunque adaptarse al vértigo sea poco menos que una
necesaria tortura. A mi me gustan las empresas difíciles y hasta los paisajes
imposibles. Suelen vencerme, claro, pero suceden, de vez en cuando, pequeñas
victorias parciales que acaban dando sentido a la vida entera. O eso creo.
Etiquetas: Artículos
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