LA TELARAÑA: La migraña conceptual

sábado, junio 30

La migraña conceptual

La respuesta al debate de los sábados en El Mundo: ¿Cree que Aina Calvo haría mejor oposición que Armengol en el Parlament?

 No. Tal y como funciona nuestra democracia no parece que la oposición cumpla otro papel que el del enfrentamiento sistemático, continuo. Así, a falta del florecer asilvestrado y lúdico de ideas, que podrían reciclarse, adaptarse y adoptarse -que sería lo lógico-, el diálogo parlamentario se convierte en una parodia donde nadie escucha a nadie, porque cuando la terrible voz única del partido mayoritario -o de la coalición de partidillos en el poder- esparce sus virutas de metralla todos tiemblan. ¡Y cómo tiemblan! Se trata, claro, del peor escenario posible para lo que ahora llaman la “gobernanza” y se convierte en el paso cíclico de un rodillo o de una apisonadora, donde la fuerza matemática de los votos es un veto general a la inteligencia y, en definitiva, una pésima manera de entender y gestionar la realidad. Pero así están las cosas.
 Extrañará, pues, que yo prefiera a Francina Armengol antes que a Aina Calvo para liderar la oposición del PSIB-PSOE en el Parlament. Pero es que, no pudiéndoles adjudicar a ambas -por sus hechos pasados- ninguna relevancia personal, sólo nos queda resignarnos y apostar por el espectáculo puro y duro; y ahí sí que Armengol, con su exaltado séquito nacionalista alrededor, da mucho más juego al país; y el país, además de sentir el escalofrío y el vértigo de la orfandad, acaba sin reconocerse ni el rostro. Magulladuras aparte.  Expolios y vejaciones institucionalizadas, como las de la lengua o la historia, entre otras.
 El país se mira y no se reconoce. De esa ignorancia sólo cabría esperar un rescate que, a su vez, constituiría un absoluto e improbable prodigio; el de que sea el Govern -quién si no- el que logre desempañar del todo el espejo y podamos, al fin, no sólo mirarnos en él, sino hasta vernos. Y que el vaho ideológico de Armengol, esa bruma, ese lodo, esa migraña conceptual, se diluya como un azucarillo en el terror húmedo de estos días. Y de los que vendrán.

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