Recibo con
excelsa puntualidad los emails propagandísticos -o el boletín, como lo llaman
ellos- de la Plataforma por la Lengua. No sé cómo han pillado mi dirección
electrónica de correo -y no una, sino dos- pero no voy, ahora, a quejarme por
esa minucia intrusiva. Al contrario.
Encontrarme, en
la selecta carpeta del «spam», sus incisivos correos me alegra y, además, me es
muy útil, porque me sirve para estar al tanto de sus correrías y hasta me
permite, de vez en cuando, el lujo de pergeñar alguna de estas columnas con
cierto conocimiento directo de causa. O, por el olor que despiden, de efecto.
Pero para eso están las papeleras, para llenarlas de basura y eliminarlas
cuando ya rebosen.
Con todo, me
importa muy poco lo que me cuentan, porque no hay nada que resulte más molesto
que la monótona repetición de lo mismo. Asumo que se sienten agraviados por los
cuatro o cinco costados y eso ya me vale para tenerlos por incurables. La vida
no acaba de ser fácil, es cierto, pero tampoco es un constante sin vivir en las
trincheras de una guerra que sólo puede traernos más trincheras y más guerras.
Se está mucho mejor en el propio infierno, sin necesidad de echarle la culpa a
nadie por los fuegos que imaginamos alrededor. O adentro.
Etiquetas: Artículos
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