Hasta hace poco, al salir de casa echaba un vistazo a la
derecha, a la izquierda o al frente y, en esa brújula imaginaria, siempre había
un escaparate lleno de libros. Pero la crisis y la apatía general duelen y
hasta los mejores acaban yéndose con su ajuar a otra parte; quizá buscando la
tregua o el éxodo puntual que el día a día nos niega. Queda de ellos mi
recuerdo de otros tiempos y el asombro de saberme ahora rodeado de bazares
chinos, locutorios de internet y hasta un colmado, aún no sé si paquistaní o
hindú, que van a abrir. Ellos son, ahora, los nuevos emprendedores y como
tales, con curiosidad y simpatía, habrá que acogerlos. Cualquier cosa menos una
calle o un pasaje desiertos.
La última librería en cerrar fue Llibres Fiol, una librería de viejo y también de culto. Uno de mis
primeros refugios. Sin duda, el mejor de los laberintos en que sentí el vértigo
de buscar lo que se ignora, pero siempre se encuentra.
Pero ya llegan las fiestas y el jueves, por inercia, me
acerqué a Cort para asistir al encendido navideño. Llegué tarde, porque las
luces ya lucían y yo sin enterarme. Pero pude observar el jolgorio de los
funcionarios y sus gorros negros, como de Papá Noel venido a menos y sin paga
extra. También el Belén minimalista del consistorio. Cabe en una única
fotografía y sin angular alguno. Los recortes, claro.
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