Esta madrugada, el ciclista Lance Armstrong va a revelar en una entrevista televisiva que, al
parecer, ganó dopado hasta las cejas, si no más, los ya famosos siete Tours de
Francia que tuvo a bien pedalearse. De cabo a rabo y con no poco esfuerzo, además.
Pero revelaciones así nos añaden poco y casi que nos ofenden, porque ya sabíamos
que el motor del americano usaba piñones mutantes. O transgénicos.
De hecho, lo sabían los directores de los equipos, sus compañeros
y rivales, los vampiros que le extraían la sangre para hacerle mil y un
análisis fallidos y, también, el muy egregio comité organizador de la carrera
gala. Lo sabía todo el mundo. Eso dirá Armstrong, ahora, y tendremos que darle
la razón.
Algo similar está repitiendo la defensa de Iñaki Urdangarin. ¿Alguien puede creer
en la absoluta inocencia de las administraciones de Baleares, Valencia, Cataluña
o de los consistorios de Alcalá de Henares y Mataró, por ejemplo? ¿Alguien en
la de empresas como Aceralia, los clubs de fútbol del Valencia y el Villarreal,
la SGAE y Telefónica, entre otras? Quizá la época de los culpables solitarios ya
haya pasado y a muchos de los presuntos inocentes les cuadraría mejor la necesaria
condición de cómplices. El juez sabrá, supongo.
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