LA TELARAÑA: «Taxi Driver»

sábado, enero 12

«Taxi Driver»


 La respuesta al debate de los sábados en El Mundo: ¿Está de acuerdo con las palabras del fiscal que ha cargado contra los delincuentes extranjeros?
 
 
  No. Quizá Jaime Guasp trabaja como fiscal de guardia en los juzgados de instrucción de Vía Alemania como Robert De Niro lo hizo de taxista nocturno en la estresante Nueva York de «Taxi Driver», ese gran film de Martin Scorsese. Quizá las horas se le antojen eternas y, entre agresiones, robos, vejaciones y hasta asesinatos, no le quede otra, en fin, que ir maquinando las conclusiones más temerarias para huir, así, de la indigestión y el vómito. Para no caer en el albañal del desánimo y la podredumbre.
 No vamos a obviar, por supuesto, que la condición humana tiene su lado salvaje y sus códigos secretos, su santoral de ultratumba y silencio, su grito acerado donde rompen las cuerdas vocales o más allá, donde muere el lenguaje. Observarlo, como testigo y fiscal, es como acudir a una cita a ciegas con el espanto. Una prueba de fuego que debiera servir para deslindar el grano de la paja y no para mezclarlos. Vivir es algo así como cortejar con lo que deseamos o nos gusta. A veces, eso nos mejora, pero también nos puede pervertir y trasladar al hedor de la carne tullida por la niebla, la llaga incurable, la muerte anunciada. No es difícil, entonces, que desde su atalaya insomne, Guasp haya sentido la náusea y el sudor gélido de la violencia en los callejones sin más salida que el filo racial de las navajas, el desgarro interior de la droga, el tatuaje de la herida en la piel. Todo un poema.
 Podemos entender, pues, la naturaleza de su alegato contra Mohamed Fadel E.A. y la delincuencia, pero no saltar, como él hace, desde el horror de la anécdota puntual a la caza indiscriminada de los extranjeros, por muy marginal que sea su condición y catadura. Hay otros muchos delincuentes, en especial de guante blanco y nacionalidad irrelevante, que no pisarán en la vida los tugurios agónicos de Magaluf, pero sí, y con paso firme, las cálidas baldosas del mármol y la corrupción. Son ellos, y no sus desheredados, los que debieran concentrar todo el esfuerzo de la justicia. O casi todo.

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