Quizá no seamos mucho más que ese beso, más de amor y pasión
que de júbilo y esperanza, con que recibimos el nuevo año y nos deshacemos del
viejo. Alrededor poco importa si reluce la casa que hemos conseguido, aún,
salvar del desahucio, el reloj artesanal y cautivo de Cort, la televisiva
Puerta del Sol, el luminoso perfil escalonado de la Tour Eiffel o, en
definitiva, los fuegos artificiales de la noche más exótica que podamos, acaso,
imaginar.
Nada importa -y eso lo sabes desde siempre, aunque no
siempre hayas sido capaz de reconocerlo- salvo la persona que besamos y nos
besa; ella es el origen y el desenlace del rosario indefinido de emociones que,
también en ese mismo instante, nos atraviesa. Pasen, o no, de largo.
Pero luego despiertas, famélico, a la resaca del alba y lees
que son más de trescientos los políticos imputados a día de hoy. Y recuerdas,
también, las antiguas Cajas de Ahorros, la función social que cumplían cuando
eras niño y la disfunción política que ahora las devora. Y piensas en la crisis
y en el abismo del 2013 que ya pisoteas aunque sea, como es lógico, con paso
vacilante. No quieres sacar conclusiones rápidas, pero lo primero que se te
ocurre es que la democracia ha fracasado. Y tú con ella, claro.
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