LA TELARAÑA: Desayuno en Melbourne

lunes, marzo 18

Desayuno en Melbourne

La Telaraña en El Mundo.

 Caen dos gotas en las antípodas y el mundo se estremece. Mi doble madrugón del fin de semana -sobre todo, el sábado- se quedó en agua de borrajas y desayuno a destiempo. En mera declaración de intenciones, porque ya no hay nada que hacer; en efecto, el mundo se ha vuelto medroso y hasta los autos locos de la Fórmula 1 huyen en pos de un paraguas. La seguridad, dicen unos. O el miedo, otros. O llueve, dice Charlie Whiting, mientras Fernando Alonso mira el cielo y frunce el ceño por nosotros. O por Vettel y Newey.
 
 Pero las anécdotas han sido elevadas de la categoría de síntomas a la de diagnósticos. Hasta a los maestros les duele ser pasto de la guasa en Twitter y, aunque les entiendo, prefiero asirme al recuerdo ejemplar de aquellos otros pedantes, los que iban a pie de casa en casa enseñando a los niños lo que sabían. O lo que intuían.
 
 El mundo, pues, se ha convertido en un ir y venir de quejas sin más soporte (digital) que la dialéctica binaria, ese fiel trémulo donde hasta la historia buscó su equilibrio y sólo encontró la abolición de su discurso. O su silencio, porque no resuenan apenas matices más allá del muro general de las lamentaciones. Igual el carro de los ofendidos es ahora el arca de Noé, pero cuando regrese la paloma con la rama de olivo es muy posible que la apedreen. Por seguridad. O por miedo. Ya lo dije.

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