No es fácil gestionar la miseria. Para corroborarlo
podríamos preguntar a Rafael Bosch sobre
las ruinas de Babel. O a Cristina Ros
sobre esas otras ruinas -recién traspasadas a Nekane Aramburu: mucha suerte- que llevan siendo, desde su
inauguración, las paredes desvalidas, los pasillos tortuosos y hasta el aljibe
de Es Baluard, esa colmena en lo más alto de una muralla que ya no se sabe de
qué nos protege. No de nosotros mismos, por cierto.
También podríamos preguntar a Merkel y a la Troika europea sobre cómo se puede atentar contra los
ahorros bancarios de los ciudadanos (de momento, sólo de Chipre, pero quién
sabe) que aún piensan que es mejor dejar el dinero en una cuenta corriente que
en el colchón de lana de toda la vida. Puede que debamos replantearnos algunas
cosas. O muchas.
Pero dejemos el agobio y las preguntas. Quería comentarles
la paradoja de que si, mientras andamos de viaje, nos falta tiempo para visitar
todos los museos y exposiciones posibles, nos ocurre todo lo contrario cuando
estamos en Palma. En Caixa Fórum anduve ojeando el espectro vertical de las más
célebres torres y rascacielos de la Historia. Como es obvio, siempre regreso a
Babel, a su sumergido laberinto interior; y a Brueghel, por supuesto.
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