Parece que a Europa le sobra
grasa, pero no tanta como creíamos. Eso se desprende, al menos, de que Merkel aterrice en España y lo primero
que haga es recorrer, con Rajoy, tan
sólo seis kilómetros del camino de Santiago, donde les espera el agasajo tribal
de las autoridades autonómicas, la solemnidad atávica del Templo y, por
supuesto, el temple ruidoso de las protestas, la cacerolada contra los recortes.
A Europa le sobra grasa, en efecto, igual que a nosotros nos sobran toneladas
de hambre atrasada, quintales de absurda desgana, siglos de decepción y desvarío.
Será, tal vez, que no hay forma
de medir la intensidad de los deseos. Que se mezclan y confunden ética y estética,
política y economía, filosofía y religión, arte y diseño; y así no hay forma, en
fin, de hallarle algo más que el propio ombligo al mundo y no es de recibo
creer que las cosas giran alrededor nuestro, porque no es así. Todo gira a su
aire y no al nuestro.
Así las cosas, me sumerjo en el
enésimo remake de Godzilla y observo que el remodelado monstruo es el fruto de
alguna de nuestras pesadillas más íntimas. Godzilla se nutre del poder
radioactivo de las centrales nucleares con la misma avidez con que nosotros le
damos al interruptor de nuestros deseos y queremos, además, que se cumplan. A
toda costa. Sin demora. Ya. Para eso inventamos a los políticos (o nos
inventaron ellos a nosotros) y vean, sin espantarse, cómo han acabado
pareciéndose a Godzilla muchos de ellos. Desde Matas y Munar hasta Antich, Armengol y otros ilustres de nuestro pasado.
Etiquetas: Artículos
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