Unas cuantas fotografías de
Javier Izquierdo me estropean el almuerzo y hasta es posible que
algo más. Me duele, en efecto, la obscena sobredosis de realidad de las
imágenes que, al fin juntas y revueltas en su exposición #passionformagalluf,
no hacen sino recordarnos el perfil abigarrado y obtuso de algunos paisajes que,
pese a todo, no pueden sernos absolutamente ajenos: el júbilo delirante y
efímero en plena bacanal alcohólica por entre las trincheras encharcadas de
Magaluf, el sexo autómata y desechable sobre su arena blanca y mordida, el
escatológico corolario muscular de la vulgaridad. Quizá la zoología
costumbrista. O la taxidermia física de la barbarie.
Estas imágenes, sin embargo, no colman por completo mis ansias;
ignoro si de realidad o ficción. ¿Cómo diferenciarlas? No parece del todo real
recorrer los cielos diez kilómetros arriba, entre las nubes, y que un misil
tierra aire venga a despertarte a una pesadilla de fuego y carros de combate,
cadáveres y comisarios políticos. Me temo que no hay vena que aguante el ácido
convulso y corrosivo de tanta realidad de golpe y por asalto.
Algo similar, o tal vez peor, pasa también allá donde mi
(buena) educación judeocristiana acaba palideciendo entre dos fuegos con la
misma llama incandescente y el mismo ardor tullido. No es hora de tópicos o inventarios,
sino de evidencias y soluciones. Y esto debiera valer para todo y todos. No se
puede caer tan bajo y tener enemigos tan rastreros que no te dejen ser,
siquiera, quien debieras ser y, por desgracia, ya no eres.
Etiquetas: Artículos
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