No sé si prefiero una cena o una asamblea. Es cierto que las
cenas a gran escala (donde todos se mezclan como si la gastronomía fuera un
arte y ellos unos artistas del hambre) tienen mejor prensa, pero mi poca
experiencia en el tema no acaba de saber cómo librarse de la rigidez de la
etiqueta, la mirada inquisitiva de los camareros, los monólogos cruzados de los
comensales, el batir ensordecedor de las mandíbulas y plumas, el efímero soufflé
que siempre se derrite antes de tiempo.
Sobre las asambleas, en cambio, soy casi un experto, porque
me pasé un par de cursos universitarios, en Valencia, yendo de asamblea en
asamblea a la hora de clase y a todas horas. Era divertido discutir sin más urgencias
que las hormonales y encontrarse, aunque sólo se aprobaran las propuestas más delirantes,
con que siempre había algún grupo en la sombra (acaso los precursores de Podemos) que sí sabían cómo presentar
sus tesis y hasta vendérselas a la opinión pública. Podían y lo hacían, claro.
Así las cosas, puede que las huestes de MÉS acierten al
declinar la invitación real (de Felipe
y no de Juan Carlos, que tenemos a dos
reyes cohabitando) a la cena en el Palacio de la Almudaina. Igual ese no es el lugar
adecuado para los que preferirían, tal vez, departir ideológicamente con Jordi Pujol y su espabilada prole. O
acudir en masa (y hasta infiltrados) a alguna asamblea incendiaria de Podemos para atisbar por dónde van los
nuevos derroteros del poder, esa falange sin más brújula que las perlas
televisivas de Pablo Iglesias. Nada
menos.
Etiquetas: Artículos
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home