Repaso un par de fotografías recientes y me maravillo de
cómo le ha sentado a Jaume Sastre su
publicitaria y espectacular huelga de hambre de no hace mucho. Ese lustroso
barrigón que nos muestra (bajo una ajustada camiseta verde de La Crida a punto
de reventar) le da, según parece, mucha prestancia y no poca solvencia. O eso
quiero inferir, al menos, del hecho de que la Assemblea Groga, la homónima en Girona
de nuestra propia (y tan verde, en vez de amarilla) Assemblea de Docents, le
eligiera para dar el pistoletazo de salida, el pasado 23 de agosto, a la Marxa
per l'Educació pública, una serie sucesiva de manifestaciones que deberían concluir
mañana, creo, en Barcelona.
Que los docentes de Girona (o los de cualquier otra parte
del orbe) necesiten que Jaume Sastre les ofrezca un discurso sobre la carrera
de fondo que, según sus palabras, es su vida y es, también, su lucha personal
(su propio «Mein Kampf», para entendernos), me dice mucho, tal vez demasiado,
del nivel intelectual que estos presuntos docentes se gastan: sus aulas, al
parecer, como harapientos barcos de rejilla en el revoltijo ideológico de las
cloacas. Como en el aire asfixiado de las mazmorras. Como en el discurso
sumergido en el pozo sin fondo de la inmersión lingüística.
Pero Jaume Sastre no descansa. Hace unos días ya daba la
vara en la Conserjería de Educación con la huelga inaugural del nuevo curso. La
huelga política de siempre. Ese pulso (y ese recurso) habitual. Esa pesadilla
que nos duele por nuestros hijos. Incluso por los que no tuvimos.
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