Incluido el temido (pero tan común y familiar en España)
ruido de sables –que me llega desde el maremágnum de las redes sociales pero
también vía WhatsApp, es decir, a través de gente que conozco y de la que no me
queda otra que fiarme- me asombra sinceramente que los medios (y yo mismo) le
dediquemos tanto espacio tipográfico a los desbarres de los independentistas
catalanes (que no son mucho más que unos publicistas intentando vendernos la
frivolidad de un futuro y un pasado a su medida) y a la áspera situación de
caos lingüístico y educativo que padecemos. Todo eso es muy grave, desde luego,
pero secundario.
Hay en el mundo, alrededor y muy cerca de nosotros, otros
asuntos mayores. Me refiero, por supuesto, a las decapitaciones sangrientas en
la primera plana de los telediarios, a la dolorosa putrefacción ética y
estética de todos los sentidos cuando un hombre es públicamente humillado
intentando escapar de la muerte y aun así muere porque la daga asesina de los
verdugos le alcanza la yugular y hasta el pulso entero de una civilización y un
modo de vida (el nuestro) que no debería consentir en arrodillarse, sino ante
el Creador y no siempre, ni de cualquier manera.
Hay que frenar, pues, esa perversión insuperable del
autoproclamado Estado Islámico y sus planes de expansión. De lo contrario, no
nos importará (si es que llega el infeliz momento) perder Cataluña, si hemos de
perder, también, España entera en pleno simulacro de reconquista de ese
califato que fue Al Andalus y ya no
es. Esperemos que siga sin serlo.
Etiquetas: Artículos
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