Puede que se trate de uniformarse de cualquier manera y de comprobar,
después, lo poco que importa, de hecho, el uniforme elegido. Pasan dos mujeres (o
dos bultos sospechosos, mejor) con el burka negro del fanatismo y la sumisión.
Pasa un grupo de exaltados con la camiseta verde de la intolerancia lingüística
de algunos de nuestros docentes. Cada vez menos, espero. Pasan varios de sus
alumnos con prisas y urgencias hormonales, el rostro alborotado y los
pantalones gachos. Serán una mala metáfora de la situación o la buena noticia
de su carácter reversible. El eterno regreso de lo mismo o Cantinflas que ha vuelto.
Pasa una pareja de jóvenes extremadamente pálidos con botas militares
claveteadas y un racimo de cruces de metal colgando. Pasa un mendigo harapiento
(con brillantes dientes de charol) y hace de su capa un sayo: se planta entre
la multitud y observa, con curiosidad, cómo le miran con indiferencia o
disimulo. Como si no le vieran o no quisieran verlo.
Dejo de lado, ahora, el fulgor incendiario de otros hábitos
y otros monjes. El de algunos policías y empresarios de Calviá o la Playa de
Palma. El de los turistas ebrios y sus balcones extremos, sin paracaídas. Cierro
la libreta y dejo de tomar apuntes del natural o del imaginario. Pasa entonces
(y este tipo de visión sólo dura un parpadeo) una ligera y oblicua sombra
semidesnuda y el aire parece que se estremece dubitativo: será que no hay otra forma
de aprehender los recuerdos, que rescribirlos, vana y vagamente, con la sangre
reseca de las grandes ocasiones.
Etiquetas: Artículos
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home