Releo sobre el pasado de la gente que me interesa como si leyera
sobre mi propio pasado, sobre mis días en otra parte, sobre el aprendizaje de
la existencia que se traduce en ir quemando etapas y redoblar las esquinas
donde alguna vez estuvimos a punto de detenernos. Suerte que no lo hicimos.
Releo sobre ese pasado con nombres y apellidos y me dejo mecer por la misma
literatura y música de entonces, ahora. El poema en prosa, «Espacio», de Juan Ramón Jiménez o el nuevo disco de Leonard Cohen, «Popular Problems», por
ejemplo.
Pero la realidad no sucede, exactamente, así. Si escucho las
últimas canciones de Cohen estoy oyendo, de hecho, algunos de sus más antiguos
éxitos. Quizá todos. Si recuerdo la sustancia literaria de los dioses, la luz
de Coral Gables o el destierro asumido de España (Catalonia, Spain), en palabras
de JRJ, estoy recordándome casi cuarenta años atrás con esos mismos versos entre
los labios. Resulta difícil disfrutar de las novedades sin acordarse, a la vez,
de los orígenes y principios. De la perturbadora complicidad que establecemos
con todo aquello que amamos y que el tiempo nos tatúa en la piel y hasta en la
sangre.
Luego podrán, claro, las instituciones y los hombres ir
cambiándolo todo a su antojo. A su necesidad o conveniencia. Podremos, todos,
igualmente, intentar convertirnos en otra cosa y mejorar cuanto nos ha
precedido. En esas estoy desde hace varias vidas y sólo logro convencerme de lo
mucho que cuesta, hoy en día, encontrar algo con que sustituir a nuestros
viejos dioses de siempre.
Etiquetas: Artículos, Literatura
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