La Telaraña en
El Mundo.
Resulta que el presidente del Banco Central Europeo,
Mario Draghi, se asustó de veras,
aunque sólo le llovieran los inofensivos confetis y las octavillas, quizá, de
la ira, cuando una joven activista alemana se le subió de un salto a las barbas
esquilmadas de los balances, al filo gélido de los saldos inverosímiles y las
básculas manipuladas por el déficit de los grandes números frente a la debacle doméstica
de los números pequeñitos, los guarismos mínimos del día a día, las cuentas sin
acabar de cuadrar en la ruidosa alcancía de los trabajos y las horas.
Parece, en fin, que nos gustan mucho estos simbólicos
sobresaltos por lo que tienen, quizá, de ejemplares y, a la vez, de inútiles.
Nos gustan por lo que quieren demostrar (aunque no sé si lo demuestran, pero
ese es otro tema) de ética y de impaciencia; de joven voluntad humana decidida
a enfrentarse al viejo fatalismo que encarnan los que parecen mover los hilos
invisibles del poder, la economía sonámbula de los pueblos, el plan anual y
malcarado de la miseria.
Salto de la mesa de Draghi al balcón de esta especie de San
Fermín, con las reses tullidas y los pitones recortados, que son las próximas
elecciones del 24 de mayo. Aquí el encierro transcurre entre el viaje
descontrolado de los tránsfugas (en busca de alguna lista en alguna marca
blanca donde medrar, al fin) y el trote cochinero de los cabestros de siempre.
Creo que no me va a quedar más remedio que seguir corriendo hasta la inalcanzable
plaza de mis sueños. O hasta el mismísimo matadero y más allá, aún.
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