A menudo, mis paseos diarios por Palma me llevan hasta la
plaza de las Columnas, Pere Garau o Son Gotleu. Es la mejor forma, quizá, de reconocer
los paisajes más castigados por la crisis, el zoco de los emigrantes, los
exóticos lugares donde la cultura muestra su mestizaje y la civilización contiene
el aliento y se convierte en otra cosa: una espera más allá de toda esperanza, una
voluntad de supervivencia sin límites, el alarido silencioso de quien desea
fundirse con las sombras para dejarse llevar, tal vez, por la inercia de todos.
En ese cónclave de pueblos, sin embargo, no parece producirse
fusión alguna. Los chinos, árabes, africanos, hindúes y latinoamericanos
parecen vivir en compartimentos estancos. Incomunicados entre sí. Sus comercios
son distintos. Sus restaurantes, otros. Y no se relacionan entre ellos, sino a
través de nosotros, los asombrados indígenas de esta selva donde la ciudad resplandece
como si el sol fuera de fuego y viajásemos en un avión sin más piloto que un
suicida a los mandos. El viaje de la vida.
En estas, y por aquello de las próximas elecciones, el
candidato de MÉS, Antoni Noguera,
apuesta por la creación de un eje cívico que una Pere Garau y Son Gotleu. La
idea es buena. Una rambla peatonal permitiría que, desde las Avenidas hasta la
mismísima cocina del infierno, el mundo fuera poniendo en orden el artificio rabioso
de sus etnias y la presunta diferencia de sus culturas. Todo para que, al final,
resplandeciera la verdad única de la soledad, la pobreza y el desvalimiento
compartidos.
Etiquetas: Artículos
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