La Telaraña en
El Mundo.
Según una encuesta del diario londinense The Times, Palma es
la mejor ciudad del mundo para vivir. Está bien. Vale. Lo aceptamos, porque
tampoco podemos refutarlo. Vivimos aquí desde el principio de los tiempos y,
desde entonces, nos hemos sabido muy próximos al paraíso, en sus aledaños
cálidos y prometedores, en su círculo espectral de elegidos a pesar de todo. A
pesar de nosotros mismos, nuestra abulia esencial y nuestra condena íntima de
todo lo provinciano, localista, vulgar o nefasto. Palma es, también, ese lugar que
detestamos, hasta cuando nos subyuga.
Hace un par de semanas vino a Palma un amigo sevillano. Me
puse mi mejor disfraz de guía turístico y me ofrecí a enseñarle la ciudad en
unas tres o cuatro horas. Nos encontramos en el Paseo del Borne y nos fuimos
caminando hasta la Catedral. Estaba cerrada. De ahí nos llegamos a Cort, con su
olivo y su fachada esquinera de pega, ese milagro arquitectónico, esa vergüenza
funambulista de vigas metálicas sostenidas no se sabe cómo ni por qué o hasta
cuándo.
Después visitamos la Plaza Mayor, esa explanada de camareros
y mimos mendicantes, y la Plaza de España. Entre ambos lugares, San Miguel nos
acogió con su ir y venir urbano, su top manta y sus abigarrados comercios. Esta
calle me recuerda a la calle Sierpes, me dijo, entonces, mi amigo, y me sonreí
pensando que el paraíso está en todas partes y en ninguna; quizá, pues, lo
mejor sea llevarlo muy adentro para que si nos falla, por algún motivo, todo lo
que nos rodea, no nos falle, al menos, lo que sentimos. O así.
Etiquetas: Artículos
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