Supongo que la destrucción o la muerte nos fascinan igual
que nos aterran. Me doy un baño doméstico de mitología y repaso algunos videos
de Janis Joplin y Amy Winehouse. Ambas murieron por esa sobredosis
de vida que constituye, a veces, la muerte, a la temprana edad de 27 años, pero
tuvieron tiempo de cantar como diosas de un cielo que no llegó a existir para
ellas, porque tampoco ha existido para nadie. Pero eso, quién lo sabe.
No obstante, hemos de reconocer que acostumbramos a pasar
momentos muy felices, instantes donde nada importa demasiado porque todo fluye
sin que intentemos capturarlo. Es entonces que bordeamos el abismo de la
inconsciencia, que es una forma como otra cualquiera de dejar que el mundo siga
dando vueltas como siempre, es decir, sin nuestra intervención; nos encanta, cómo
no, especular con la fragilidad y con nuestros límites y hasta jugar a
traspasarlos como si se pudiera ir más allá y volver como si nada. Es posible
que se pueda, pero nos echa muy atrás que nadie haya logrado emprender ese
viaje y regresar, además, para contárnoslo.
En estas, Septiembre empieza a exhibir sus cielos plúmbeos y
la fecha del próximo día 27, otra vez ese número tan frágil, refulge con el
color de las grandes ocasiones. Las últimas encuestas sobre las elecciones
catalanas nos sitúan en el fiel mismo de una independencia que si se sube al
escenario se encontrará con la voz rota de los espectros suicidas de Joplin o
Winehouse y nos recordará, inequívocamente, a Kurt Cobain. El club de los 27 al completo.
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