La situación sería cómica si no pudiera acabar, por
desgracia, en tragedia. O en persistente drama, al menos. Hoy comienza la
pantomima de la secesión en Cataluña y, aunque uno no crea en las revoluciones
impuestas desde la ficción patológica del propio poder, tampoco se atreve a infravalorar
la influencia del proselitismo, la educación sectaria y la inercia tribal convertida
en seña única de identidad. En cántico. Bandera. Raíz. Hay todo un infierno
tras esos pocos conceptos.
Nuestro Govern, por ejemplo, también sabe lo que es el
infierno. Si tanto PSIB como Més llevaban cuatro largos años enfundándose la
camiseta verde contra el trilingüismo del PP, resulta desolador que esa misma
camiseta se la enfunden, ahora, los recién llegados de Podemos, para mostrar su
incomprensible apoyo al nacionalismo lingüístico (y los afilados intereses
económicos) de la Assemblea de Docents, a la vez que para mantener en alerta a
sus aliados, que no socios, de gobierno. Con aliados así no hace falta
oposición alguna.
Todo esto sucede (caos general, al margen) mientras los
familiares y amigos de una u otra parte, tanto aquí como en Madrid, Barcelona o
más allá, van colapsando las listas adjuntas al poder y la imagen misma del
poder se va convirtiendo en algo como muy familiar y hasta entrañable; no sabemos
si ese viejo nepotismo sigue siendo válido para humanizar la faz del poder y
escapar de su infierno. Nos tememos que todo suele acabar regresando como en el
reflujo de una pesadilla. Al menos, mientras no se despierta.
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