Deambulo por Palma. Bajo la luz navideña me apercibo de que
se han puesto de moda los bulldogs franceses, esos perros de origen inglés,
trote torpe y mirada ceñuda, pero inocua, simpática. Me los encuentro entre las
precarias terrazas del Borne como si entre la geometría zen de los frondosos jardines
de Marivent. La misma vivacidad, el mismo atolondramiento. Parece que el
destino de esos jardines palaciegos ha obsesionado al Govern desde antes,
incluso, de empezar su mandato. Pero ya se ha puesto a ello.
Debe pensar el Govern que nos está devolviendo algo que nos
había sido robado, vaya afrenta, al ofrecernos la oportunidad de visitar, al
fin, los jardines de Marivent en un futuro tan próximo que casi ni nos hacemos
a la idea. Que ilusión, qué lujo. Debe pensar el Govern que no tenemos nada
mejor que hacer que pastorear por esos huertos reales como si fueran nuestros.
O como si fueran el jardín del Edén y alguna maldición nos hubiera expulsado de
su brisa marina y sus privilegiadas vistas. Pero no. En absoluto. Ese jardín
nunca fue nuestro y además nos pilla muy lejos.
Marivent tiene un largo historial de pleitos entre la
Administración y los herederos de Juan
de Saridakis. En realidad, no sé muy bien en qué quedó la cosa. Lo único cierto
es que hasta 1988 las paredes de Marivent albergaban cuadros de Picasso, Sorolla, Zuloaga, Goya, Joaquim Mir o Camarasa, entre otros. Todo eso sí que
se perdió en los tribunales y esa pérdida sí que es irreparable. Lo de los
jardines debe ser tan sólo una broma.
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