Entre Llull y Castro
Observo, en las fotos, a Francina Armengol rodeada de obispos, cardenales, prelados y hasta monaguillos.
Su chaquetón de nutria (o de lo que sea) refulge, mientras las cenizas medievales
de Ramon Llull abandonan la Catedral
y regresan a su nicho en la basílica de San Francisco. Se nos termina, pues, el
año Llull (con más sombras que luces, por cierto) con el mismo paso marcial y
fúnebre con que nos vamos despidiendo, poco a poco, de las penúltimas reliquias
del sangriento siglo XX. En efecto. Un carnicero menos, Fidel Castro, se ha ido al otro barrio dejándonos el humo letal de sus
espléndidos habanos y el sepulcral silencio que sus discursos de horas sembraban
a su alrededor y adentro, muy adentro. Con todo, la música sigue sonando infatigablemente
y dicen, los que saben, que nunca dejará de hacerlo. Es cierto, en algunos
lugares hay que bailar a todas horas para poder sobrevivir.
Pero las mayestáticas puertas de la Seo son un magnífico
lugar para posar y para que los turistas y curiosos perseveremos. Junto a Francina
Armengol están Miquel Ensenyat (con
una corbata que, de tan discreta, no parece suya) y la flamante delegada del
gobierno, María Salom. La verdad es
que este trío de autoridades luce desangelado y discorde, quizá deslavazado,
como si se sintieran meras comparsas, escoltas obligados y circunstanciales de
la Reina Sofía, que ella sí que sabe
de Llull (y seguro que también de Castro) lo que no está en los escritos. ¿Para
qué sirven los gobiernos locales si ni siquiera alcanzan para presidir, realmente,
estas pachangas?
Etiquetas: Artículos
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