Turismo sostenible
La Telaraña en El Mundo.
La precaución o el miedo. Pero ni que me inviten me voy de
vacaciones a Egipto, Turquía o Túnez. Esta frase, seguramente injusta, explica
el éxito actual de Mallorca como destino turístico. Este verano nos han llovido
torrencialmente turistas, porque nuestros competidores regionales llevan años
asolados por el terrorismo internacional; y hay poco que disfrutar donde subyace
la sombra del terror, donde retumban, recién caídos, insostenibles, los
cascotes de la incertidumbre social, política o religiosa. Un todo en uno
maldito, que se acaba disolviendo en nada.
Pero para todo inventan códigos y definiciones. El IPH, por
ejemplo. Se trata del Índice de Presión Humana que, en Baleares, resultó superar
los dos millones de personas un día cualquiera del pasado mes de agosto. La
verdad es que tanta gente sobre nuestras exquisitas jorobas asusta y no nos
extraña, por lo tanto, que las lumbreras del Pacte que nos gobierna (tan dadas,
ideológicamente, a lo edénico y pastoril) edificaran, a partir de ahí, toda una
teoría conspirativa de la saturación turística, que no hace sino convencernos
de lo ridículo que es acotar la realidad con parámetros, tan artificiales, como
poco ilustrados. Lo insostenible no es ese IPH estratosférico, sino la pobreza,
la corrupción y la estupidez más o menos promocionadas.
Lo insostenible es que nuestros ineptos con mando en Cort no
se dignen a sacar las luces, los belenes y toda la mercadotecnia navideña antes
de tiempo para que los turistas puedan sumar ese aliciente (tan publicitado en urbes
como Berlín, Viena o Budapest) a sus visitas a la Catedral, los baños árabes o el
Castillo de Bellver, que viene a ser como el Castillo de Praga, pero sin
puentes de espías que cruzar bajo la niebla, sin Kafka, pero con Jovellanos.
¿No es lo mismo? Bueno, nunca nada es lo mismo, aunque en cualquier sitio nos asalte
la vena cultural, la referencia artística, ese temblor que sólo tiene una
lengua, que no es esta ni aquella, sino la lengua propia de cada uno. En
efecto, no hablan las piedras, sino nosotros por ellas, a través de sus poros, sus
arrugas, sus grietas.
Repaso las optimistas previsiones de Sebastian Ebel sobre el turismo alemán en las islas y me alegro. Es
bueno tener una fuente segura de ingresos, aunque sea algo ruidosa y sucia;
pero los turistas, incluso los peores, no dejan de ser humanos, no dejan de
parecérsenos una barbaridad, aunque nos esforcemos en fingir que no es así. La
inigualable hipocresía isleña consiste en parecer muy reservados y ser, en
cambio, muy cotillas; en creernos, por supuesto, mucho mejores que quienes, con
su visita, no dejan de sostener, afortunada carambola o milagro, nuestra
precaria economía. Eso sí que es sostenibilidad.
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