LA TELARAÑA: Turismo sostenible

martes, noviembre 22

Turismo sostenible


La Telaraña en El Mundo.

 La precaución o el miedo. Pero ni que me inviten me voy de vacaciones a Egipto, Turquía o Túnez. Esta frase, seguramente injusta, explica el éxito actual de Mallorca como destino turístico. Este verano nos han llovido torrencialmente turistas, porque nuestros competidores regionales llevan años asolados por el terrorismo internacional; y hay poco que disfrutar donde subyace la sombra del terror, donde retumban, recién caídos, insostenibles, los cascotes de la incertidumbre social, política o religiosa. Un todo en uno maldito, que se acaba disolviendo en nada.
 Pero para todo inventan códigos y definiciones. El IPH, por ejemplo. Se trata del Índice de Presión Humana que, en Baleares, resultó superar los dos millones de personas un día cualquiera del pasado mes de agosto. La verdad es que tanta gente sobre nuestras exquisitas jorobas asusta y no nos extraña, por lo tanto, que las lumbreras del Pacte que nos gobierna (tan dadas, ideológicamente, a lo edénico y pastoril) edificaran, a partir de ahí, toda una teoría conspirativa de la saturación turística, que no hace sino convencernos de lo ridículo que es acotar la realidad con parámetros, tan artificiales, como poco ilustrados. Lo insostenible no es ese IPH estratosférico, sino la pobreza, la corrupción y la estupidez más o menos promocionadas.
 Lo insostenible es que nuestros ineptos con mando en Cort no se dignen a sacar las luces, los belenes y toda la mercadotecnia navideña antes de tiempo para que los turistas puedan sumar ese aliciente (tan publicitado en urbes como Berlín, Viena o Budapest) a sus visitas a la Catedral, los baños árabes o el Castillo de Bellver, que viene a ser como el Castillo de Praga, pero sin puentes de espías que cruzar bajo la niebla, sin Kafka, pero con Jovellanos. ¿No es lo mismo? Bueno, nunca nada es lo mismo, aunque en cualquier sitio nos asalte la vena cultural, la referencia artística, ese temblor que sólo tiene una lengua, que no es esta ni aquella, sino la lengua propia de cada uno. En efecto, no hablan las piedras, sino nosotros por ellas, a través de sus poros, sus arrugas, sus grietas.
 Repaso las optimistas previsiones de Sebastian Ebel sobre el turismo alemán en las islas y me alegro. Es bueno tener una fuente segura de ingresos, aunque sea algo ruidosa y sucia; pero los turistas, incluso los peores, no dejan de ser humanos, no dejan de parecérsenos una barbaridad, aunque nos esforcemos en fingir que no es así. La inigualable hipocresía isleña consiste en parecer muy reservados y ser, en cambio, muy cotillas; en creernos, por supuesto, mucho mejores que quienes, con su visita, no dejan de sostener, afortunada carambola o milagro, nuestra precaria economía. Eso sí que es sostenibilidad.




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