LA TELARAÑA: La tempestad y la calma

martes, enero 24

La tempestad y la calma


La Telaraña en El Mundo.
 
 Dicen que tras la tempestad siempre llega la calma. Así suele ser, en efecto, aunque sólo sea por agotamiento, por rendición absoluta, incondicional. Las nubes oscuras, plúmbeas, van cediendo el paso a los reparadores rayos solares. El arco iris, mientras tanto, se insinúa febril y doméstico en el horizonte de todos y se acaba convirtiendo en un deslucido puente de luz bajo el que los escombros y las ruinas producidas por las recientes tormentas quedan expuestos, como un maldito catálogo del infierno que hay que inventariar cueste lo que cueste.
 La verdad es que va a costar muchísimo reparar las fincas anegadas, compensar a los pocos agricultores que aún nos quedan por las cosechas perdidas, volver a levantar las casas y casetas derruidas, reconstruir las carreteras dañadas, reparar las ilusiones rotas de unos y otros e ir paliando, de alguna forma, la exhibición impúdica y grotesca de la tierra convertida en lodo inerte, viajando ladera abajo (con un afilado cuchillo, tal vez, entre los dientes) hacia las orillas temblorosas de las playas famélicas de arena, del mar encrespado que nos rodea, y eso sí que no hay forma de remediarlo, por todas partes.
 El Govern del Pacte mira al cielo y frunce el ceño, contempla los elementos desatados y se encoge de hombros. ¿Cómo explicar convincentemente a la ciudadanía que no está en sus manos achicar el agua que la tierra, por sí misma, no ha podido engullir por completo? ¿Cómo dejar muy clarito que ellos no desembarcaron en las playas cálidas y seductoras del poder para luchar contra la cruel y absurda furia de los cielos? Podrían, desde luego, haber mandado limpiar los torrentes, que ya en el pasado mes de diciembre padecieron más trasiego del habitual, pero es que trabajar, por lo visto, agota muchísimo, desgasta una barbaridad y, además, tampoco resulta ser la panacea. Si lo sabrán ellos.
 Lo ha expresado muy bien, Vicenç Vidal, nuestro conseller del medio ambiente: «Infraestructuras en mejores condiciones no habrían podido absorber al agua de la lluvia». Pues él sabrá. O él sí que sabe. Ajo y agua, para los demás. O demasiada agua, en fin, para tan poco vaso. No menos explícito ha sido nuestro siempre risueño alcalde, José Hila, en una de sus más acertadas intervenciones desde que tiene vara de mando en Cort: «No disponemos de soluciones mágicas». Como es habitual, el cielo vacío del laicismo en que vivimos acaba siempre apelando al realismo mágico para matizar su impotencia y su ignorancia, su lenguaje de tópicos y lugares comunes convertido, finalmente, en un lodazal intransitable. Para intentar, asimismo, llenarnos de dioses, de asombrosos mitos y de quiméricas leyendas el cielo a rebosar en el que tampoco creemos. Por desgracia.
 

 

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