Desnudo y con barba. O desnudo y definitivamente imberbe. El
torso asaetado. La corona de flores en las manos. La iconografía nos lo muestra
bellísimo bajo una sangrienta lluvia de flechas. Las firmas pueden ser, entre
muchas otras, de Boticelli, Rafael o El Greco. Por no hablar de Fernández-Coca
y su cartel verbenero de este año. San Sebastián se nos confirma, pues, como un
mártir sólido e importante cuya invocación puede ayudarnos, decididamente,
contra las plagas de la peste o la falta de fe. No es broma.
Por estos pagos no sé si hay actualmente peste, pero desaparecen
Cajas de Ahorro, como Sa Nostra, y no hay forma de que los culpables paguen por
su mala gestión o sus fechorías. Tampoco sé si hay demasiada falta de fe. ¿Hay
fe, siquiera? Algo habrá, al menos de esa fe laica que llamamos ideología, porque
si no es así no se entiende que la consellería de Educación llene sus despachos
de docentes ideológicamente afines, convertidos en asesores áulicos elegidos a
dedo y al margen de los preceptos de la libre concurrencia. Tenemos un gran
mártir y una ciudad repleta de ridículos “dimonis” fuera de contexto. De tiempo
y lugar.
Hemos entrado, pues, en la semana gloriosa de Sant Sebastià
como quien entra en una cacharrería y desearía ser, por supuesto, un auténtico
elefante. Hay que poner patas arriba la ciudad. Hay que hacer ruido, mucho
ruido. Hay que hacer humo, muchísimo humo, alzar enormes humaredas densas e
irrespirables hasta las entrañas mismas del cielo, como si fuéramos todas las
tribus del universo reunidas a la hora interminable del chat colectivo, étnico,
genuinamente global. Tenemos un mártir asaetado y el mundo en llamas. Hay que
torrar las tripas doradas de toda nuestra gastronomía más puerca, con perdón.
Hay que electrificar la noche del próximo jueves con música y alaridos, con antífonas,
incluso con regüeldos.
Sólo así se demostrará que la gente de Palma sabe, en fin,
lo que vota y que los que tuvieron el indescriptible valor de votar a Efecto Pasillo y Obús, Smoking Stones, Xanguito, Kepa Junkera, Camela o Siniestro Total, entre otras
celebridades, no lo hicieron por fastidiar, sino por pasión bien entendida, por
amor al arte y los pentagramas, para liarla a base de bien y acabar de una vez
por todas con el silencio de algunas noches en que Palma decide olvidarse hasta
de sí misma y convertirse en un laberinto de criptas hechizadas, en una
hondonada de sueños impronunciables, en un lugar que demora el amanecer, tal
vez, porque no lo necesita. (Sí, ya sé que estas metáforas las entienden pocos,
pero no sé explicar de otra forma ciertos estados de ánimo ante el martirio que
se nos viene encima: la culpa es mía.)
Etiquetas: Artículos
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