Provocación en las aulas
Recuerdo, ahora, haber intentado descifrar los versos más o
menos sueltos, los textos literalmente sin sentido de Antonin Artaud. Había en
las frases inconexas de su surrealismo de siquiátrico aún sin domesticar una
primera aproximación al absurdo y al vacío, a la cómica o trágica situación de
saberse en el lugar principal de la trama y no entender, sin embargo, nada de
nada. Quizá no haya mejor manera de situarse en el mundo y de ocupar, así, el
lugar que nos corresponde: todo cuanto sucede a nuestro alrededor forma parte
de una farsa a la que podemos atender o no, pero de la que somos, inevitable y
simultáneamente, cómplices y verdugos o víctimas.
Recuerdo, también, haber fotografiado el urinario firmado
sobre un pedestal de Marcel Duchamp
tan sólo para tener alguna prueba personal de una obra que, en vez de
conmoverme, me produjo una enorme y fría indiferencia. A veces nos cansamos de
ser conejillos de indias de tanto artista que anduvo o que anda suelto, que
dejó sus huellas en el camino trillado de la existencia para que los interesados
en estas cosas desandemos sus pasos y descubramos lo agotador que es viajar en
círculos, lo descorazonador que es perderse una y otra vez para acabar
descubriendo que la constelación en que vivimos está mucho más llena de efectos
especiales que de talento. Quizá Piero
Manzoni sabía lo que hacía cuando enlataba su propia mierda y la vendía a
precio de oro.
Venía lo anterior porque me sobrevinieron un par de
conceptos, la provocación y el arte, por ejemplo. O la nostalgia de aquellos
días en que creíamos, a cada paso, estar descubriendo algo nuevo. Quizá era así
o así sucede el deslumbramiento de las cosas, el avistamiento de la vida. Ahora,
en cambio, casi todo es repetición y, tal vez, hastío. Repetición e
incredulidad. Repetición y vergüenza ajena por lo que nos han ido vendiendo
según pasaban los años y cambiaban las modas, por lo que aún nos quieren vender
o nos venderán en el futuro, por lo que ya parecen haber vendido a muchos de nuestros
escolares.
Sólo un sistema educativo en manos del sectarismo más
grosero, banal e irresponsable puede propiciar que alguien con el historial
artístico (y en la actualidad, también, delictivo) del rapero Valtònyc se convierta en invitado
especial de las aulas de un colegio público en Santa Margalida. Pero no pienso
entrar al trapo. Me basta con su resumen del hecho, expresado en su cuenta de
Twitter: “Hoy he oído a niños de 1º y 4º de ESO que opinan de la libertad de
expresión y de si es necesaria o útil una monarquía. Lo tienen claro”. Qué
suerte (levedades e incorrecciones ortográficas al margen) tener las cosas tan
claras. Pues sí.
Etiquetas: Artículos
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