El orgullo friki
Algunos conceptos me llaman, poderosamente, la atención. Por
ejemplo, el de friki. Según la
Wikipedia, y ya es frikismo
concederle patente de corso a una enciclopedia digital donde cualquiera puede
decir la suya y salir indemne, friki
es un término coloquial usado para referirse a una persona de aficiones,
comportamiento o vestuario inusuales. Aquí la Wikipedia me decepciona, porque
lo usual o inusual no me parecen categorías relevantes. Acudo, pues, al
ceremonioso diccionario de la RAE donde leo que un friki es alguien pintoresco y extravagante o alguien que practica,
desmesurada y obsesivamente, una afición. Lo cierto es que tampoco me
satisfacen estas explicaciones tan simples, estos circunloquios tan palmarios.
El jueves pasado se celebró el día del orgullo friki. Lo supe por el asombroso revuelo
que percibí a mi alrededor; en efecto, vivo tan rodeado de frikis que ignoro si los frikis
son ellos o si no es así y soy yo, en definitiva, el gran friki mayor alrededor del cual los demás danzan y cantan:
alborotan, cada uno con su propio mapa de intereses, su imaginaria cosmogonía,
su manifiesto mil veces reescrito, sus compulsiones éticas o estéticas, su
voluntad de ausencia en vez de poder, su forma de mirar (siempre ingenua:
tierna o airada) hacia dentro o hacia afuera sin que nadie pueda saber dónde
estamos. No es fácil desmadejar este enredo.
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