LA TELARAÑA: El orgullo friki

martes, mayo 30

El orgullo friki


La Telaraña en El Mundo.





 Algunos conceptos me llaman, poderosamente, la atención. Por ejemplo, el de friki. Según la Wikipedia, y ya es frikismo concederle patente de corso a una enciclopedia digital donde cualquiera puede decir la suya y salir indemne, friki es un término coloquial usado para referirse a una persona de aficiones, comportamiento o vestuario inusuales. Aquí la Wikipedia me decepciona, porque lo usual o inusual no me parecen categorías relevantes. Acudo, pues, al ceremonioso diccionario de la RAE donde leo que un friki es alguien pintoresco y extravagante o alguien que practica, desmesurada y obsesivamente, una afición. Lo cierto es que tampoco me satisfacen estas explicaciones tan simples, estos circunloquios tan palmarios.
 El jueves pasado se celebró el día del orgullo friki. Lo supe por el asombroso revuelo que percibí a mi alrededor; en efecto, vivo tan rodeado de frikis que ignoro si los frikis son ellos o si no es así y soy yo, en definitiva, el gran friki mayor alrededor del cual los demás danzan y cantan: alborotan, cada uno con su propio mapa de intereses, su imaginaria cosmogonía, su manifiesto mil veces reescrito, sus compulsiones éticas o estéticas, su voluntad de ausencia en vez de poder, su forma de mirar (siempre ingenua: tierna o airada) hacia dentro o hacia afuera sin que nadie pueda saber dónde estamos. No es fácil desmadejar este enredo.
 En efecto, no es fácil hablar de lo friki sin citar otras categorías conceptuales que lo complementan. Me refiero a lo geek y lo nerd, pero no pienso meterme en ese lodazal, porque luego me costaría salir. No es fácil hablar de algo, de lo que sea, sin confundir el mundo con las palabras que lo describen, sin caer en la tentación de plantarse en el centro mismo del escaparate, sin subirse a lo más alto del estrado. Por allí campan los que ejercen el poder, los que buscan crear opinión y modificar conductas, los que agitan su ignorancia o mediocridad sin más pudor que envolverse en algún disfraz, en alguna bandería más o menos estrellada (o estelada, que igual así se entiende mejor).
 Mientras tanto, paseo a diario entre los libros y las terrazas del Borne. Entre la cultura y la actualidad, por así decirlo. Me cruzo con un alto cargo de la OCB y le noto a gusto con su disfraz habitual. Deseo suerte a un amigo que firma ejemplares de su última novela y, por un instante, se me despierta la envidia, porque llevo varios años sin libro nuevo, pero me sobrepongo. Uno sólo debe hacer lo que no puede evitar hacer. Muy cerca, una profesora de la UIB presenta, con bastante éxito de audiencia, un poemario. Lo tomo prestado de una estantería, lo ojeo, lo palpo: el papel raspa y lo poco que leo me acaba desesperando. ¿Tantos frikis hay que ya no cabemos?

Etiquetas: